Ídolo

Ídolo
Morrissey

sábado, septiembre 30, 2006

Tarima

"Un mostruo de papel, no sé contra quien voy.
O es que acaso hay alguien más aquí..."
Nacha pop


La Consagración de la Primavera frente a mis ojos y atrás pedazos, retazos de mí saludando a mil gentes. Chaqueta amarilla, chaqueta café, chaqueta verde. Oh señor cómo recupero mis dedos, cómo. Dé donde saco tanto abrazo si ya no tengo brazos. ¡Pram pram! Se sacudía el escenario. Veinte bailarines retorciendo sus fibras musculares. Perfectos casi. Bellos casi. ¡Pram pram! Otra vez el escenario. Pies, pies, pies. ¡Pram Pram! Dramático y visceral Stravinski. ¡Saj saj! Moribunda, deshauciada bailarina. Paria. ¡Saj, saj! Testosterona sin explicaciones. Cuerpos que chocan y convergen en la hojarasca. Eucalipto en mis fosas nasales.


Rotos todos.



Hiere y hiere mi boca. Zanjas en el aire de la noche tibia. Zanjo. Corto cabezas, me juego la última carta. Tibieza de hiperkinesia. La mirada que encontré y que se robó mi sueño. Otra cama. Otro recorrido que busca mimetizarse con la decoración. Intoxicación, falta de aire. Asma. Inaptitud. Ineptitud. Viene el trepidante temblor otra vez. La llegada del otro. El fantasma del titiritero. Yo, marioneta de siempre con rabia ajena. Con ínfulas destructivas que no me pertenecen. Por tomar prestado amores. Por no devolver nada y ahogar el llanto.

jueves, septiembre 28, 2006

Trio de cuerdas

Otra vez me equivoqué y ahora sí ni idea de lo que irá a pasar después. El pobre bostezaba en el auto y yo obligándole -con una sonrisa coqueta y chantajista- a ir al concierto. Veinticuatro dólares. ¡Veinticuatro dólares! Hasta a mí me dolieron. Él no desmostró asombro alguno, probablemente fingió que estaba habituado a esos gastos. O quizás sí está habituado en verdad. Así somos los hombres, nos gusta demostrar potestad sobre la plata. Sinó acuérdate de esa vez que fuimos a la tienda de películas y yo compraba todo lo que tú recomendabas.... ¿En serio hiciste eso? Sí. ¿ Por demostrármelo a mí? Por demostrártelo a ti, en efecto. Eso me dijo mi amigo un par de horas antes. Sé que para muchos estas disecciones son inútiles, pero yo no estoy habituada a salir con yuppies. La chireza me persigue, y la verdad, casi nunca me ha molestado.
Acostumbrada a juntar centavos para ir al cine. A gastarme cien dólares en libros (en tres libros, coño) y quedarme en la inanición. A que mis chiros amigos me inviten a comer un hot dog o una pizza de a dólar. A entrar a eventos con mi pase de prensa -lo he hecho muy pocas veces en realidad-. A llenar la panza en cocteles, inauguraciones y lanzamientos. A ocupar gloriosamente la primera fila... en todos los eventos grautitos. A congelarme el culo en los espectáculos de la Plaza Foch, parada en los duros adoquines, mientras los de atrás, disfrutan calientitos en las mesas de los finos restaurantes del rededor. Acostumbrada, en efecto a coger románticamente un bus con el objeto de mi amor.
Tengo un amigo que odia trabajar. En realidad tengo muchos amigos que odian trabajar. Todo el mundo odia trabajar sería mi tesis absurda. Pero no, he conocido un workoholic o trabajólico que me ha introducido al mundo de los que aman su trabajo hasta morir por él y acabar su belleza y juventud con tal de ser exitosos ¡Carajo! yo no podría. Yo quisiera poder dedicarme al muy aristocrático arte de no hacer absolutamente nada. Y así tener cinco blogs y escribir un libro cada seis meses. Je. Pero ya ven que no se puede. Bueno, regresando a mi amigo que odia trabajar y al resto de panas de quienes recibo constantes quejas desde sus cubículos. Hartos de sus horarios y trabajos, fungo de sicóloga industrial y trato de animarles con mis chistes agrios o con mis tragicomedias cotidianas. Y sí, me salgo de la línea, ya perdí la ilación otra vez. La cosa es que el coro de todos ellos fue: ¡Búscate un yuppie!
Sí, soy un yuppie, siempre lo he sido y me gusta serlo. Y ya vamos porque estoy muerto y mañana tengo que trabajar...
Qué turra que soy. Y que los blogs sirvan de consejería o de conserjería. Vamos, quién da más.

miércoles, septiembre 27, 2006

Dancing with my self

-¡No entiendo por qué tienes que dejarte ultrajar siempre!

-Eso no fue ultraje.

-Entonces qué fue, dime.

-No sé, sólo nos conocimos. Yo igual no le di oportunidad de que me pisara la cabeza. Traté de sobresalir y adelantarme a cualquier desprecio.

-Cómo.

-Le dije que no quería nada serio.

-Tú sabes que no es cierto.

-Tengo que tomar la ventaja. No voy a estar más en el papel de víctima...

-No te des a tan perspicaz. Acepta la derrota.


Y no. Y no la iba a aceptar. Y Lili no la iba a aceptar. Ella no iba a ser la misma condescendiente de siempre, ahora exigía más. No le importaba, aparentemente perder todas las posibilidades, quemar todas las naves y enterrarse después de la lluvia, en el fango de la carne en cenizas. Ella había sido despojada de toda alternativa segura, sólo girar a su alrededor le bastaba para saber que era patético el camino que iba a seguir, de todos modos.
Esa noche en el cóctel de inauguración de cualquier cosa, se hizo notar de alguna manera. En realidad creía Lili que ya había perdido esa magia. Esa estela brillante que aquel chileno le había dicho alguna vez que ella portaba tras de sí. Como una moto dañada que trataba y trataba de poner en marcha pero que se ahogaba en el intento y sólo dejaba un leve gruñido apagado en el aire. Así era hoy en día su condición de visibilidad. Un leve gruñido apagado en el aire. Pero esa noche por algún motivo sudoroso -venía caminado desde hace diez cuadras- sus ojos se fueron prendiendo y sus labios empezaron a a hincharse, quizás la presión estaba alta, pero en tal caso esa disfunción le beneficiaba. Se hizo una vez más, apetecible. Días atrás no podía con el rastro de piel fláccida y hoy estaba nuevamente entrando triunfalmente al festín.
Toda la circunspección de los anhelantes de juventud con trajes grises y negros, se borraba entre lentejuelas y escotes. Lili no llevaba lentejuelas ni escote. Estaba vestida más bien vulgarmente, con una lycra negra vieja, unas botas rotas en los talones y un jersey que alguna vez fue un elegante traje sastre de su madre. En los setentas. A su lado las señoras de seda y los hombres de casimir inglés se balanceaban al unísono, entre sombras de bandejas finamente decoradas y bebidas derramadas. Ella sólo revoloteaba hasta que fue detenida entre uno, entre dos, entre cinco. Y fue de círculo en círculo, asomando su sonrisa fuera de lugar, su apariencia desenfocada, sus chistes ácidos y oportunistas. Dejando desencantos, desaires y descontentos embriagados por su belleza. Belleza que estaba aromatizada con miel de sábanas tibias. En qué cama terminará esta noche la señorita, se preguntaban todos.
Solo había piel y labios rojos en sus pupilas. Y en las de ella, fragor de deseo contiguo, taquicardia inquieta de manos y pecho. De piernas y brazos. De ojos y caderas. Ojos. Reconoció dos ojos, decidió ceder y llegó a la estación del tipo del jersey café. Con un vaso de agua mineral en la mano y una servilleta en la otra. Esfinge de movimientos estudiados, aprendidos ya tan de memoria que intentaban saltar en sus verdaderas dimensiones a cada rato. Daba igual si él lo notaba. Falsos guiones repetidos a alguien que ni siquiera escuchó su nombre. Juegos infantiles profanos en medio de los estrechones de manos y las palmadas de naftalina. Lili ya sabía como terminaría todo. Entregándolo todo y fingiendo no dar nada. Dejándose convencer de nada y rompiéndolo todo. Hundiéndolo todo, respirando bajo el fondo del mar, conteniendo la respiración en la superficie. Despigmentándose en sábanas frías.
Y Lili oye Eyes without a face de Billy Idol mientras sigue tratando de limpiar el aliento de vida robado.

martes, septiembre 26, 2006

Que alguien me diga cómo se olvida...

Porque simplemente tuve la desfachatez de salir corriendo y derramar hojas de papel por toda la cuadra. Porque quise recuperar sílabas disimuladas y sólo logré repetir diptongos aprendidos al dedillo. Ai... Au... Ei... Porque decidí practicarme una lobotomía y permitir que mi sistema motriz separatista intentara asesinarme. Porque permití que mis entrañas participaran en un complot que boicotearía mis decisiones. Era la médula espinal, cómo no, la jefa. Y aún sigo cediendo a sus constantes peticiones, aún firmo documentos comprometedores y los cargo bajo el brazo cada vez que me voy a enamorar.
No guardo los textos de advertencia preliminar, siempre arranco sus páginas y las quemo en la azotea, tras la leve caricia de una tarde con sombras. Un tilo que posa su estirada figura sobre mí. Entonces sigo excusándome y reescribo poemas nefastos que nadie quiere leer. Tres palabras son suficientes para crearse una manera de ser, una personalidad, una mirada, un encuentro. Un galán romanticista de novela flaubertiana. Renunciar a los métodos tradicionales implica una reescritura, una reingeniería que no sé si estoy dispuesta a realizar. Pero no me queda otra alternativa, no tengo ya mas ases bajo la manga, ni me sobran ya más lugares comunes en donde guarecerme. Porque ya los agoté todos, excedieron su capacidad, sobretodo cuando dejé entrar a aquel hombre cansado que venía acompañado de cien más. De repente cada uno de ellos, que tenían la misma cara -clonados entre sí- pero no los mismos ojos, empezaron a contarme historias de carne, humores y vísceras. Lo hicieron sin querer, lo hicieron sin saber, para evitarme tener que pasar por ellas. Me perdí como diez años de vida y ahora qué hago con los veintes. Ya no me veo igual. Es increíble, como en el retrato de Dorian Gray...

lunes, septiembre 25, 2006

Rumores


Es en el rumor en donde está la solución. ¿Realmente cree usted que el ciudadano común es tan responsable como para meterse a la página web de cada candidato y leerse el plan de gobierno? Y para los que no tienen acceso a Internet, ¿cree usted que se leen concienzudamente las propuestas sumariadas que aparecen en los diarios? O más fácil aún, ¿cree usted que el votante promedio gasta su tiempo limpio en averiguar qué es lo que propone cada uno de los no sé cuántos candidatos? No. Esa es la respuesta y la evidente realidad. Casi nadie lo hace, no tenemos la cultura de la información a profundis. No la tenemos, nos gusta lo fácil, para así tomar nuestras decisiones sin mayor esfuerzo. Nunca se nos impartió la cátedra de elucubración, pero, al parecer, sí la de intuición y adivinación. Somos expertos en deducir a partir de pequeños trazos. Y esos pequeños trazos se llaman publicidad y promoción. Lo que queda en nuestra retina, conciencia y memoria, son esas dos que tres frases contundentes o aquellas imágenes a veces discursivamente redundantes, a veces algo creativas. Payasos y superhéroes subiendo al congreso. Qué más conciso que eso. Súper héroes golpeando a los villanos del desempleo. Qué más literal que eso. Colorido, sin embargo. Suficiente para una aprehensión cognitiva.
Ahora, qué es lo que hace que un candidato consiga o no consiga más votantes. El rumor. Así se desarrollan las conciencias políticas ciudadanas en nuestro medio. Un gigantesco teléfono dañado que genera opinión pública, más allá del contenido del mismo. Y el rumor es el mejor amigo de las metáforas -o de los símiles-. Por eso que la publicidad y la promoción (los derroteros del marketing) se desenvuelven dentro de este mismo nivel surreal. Porque el rumor es surreal. Está sobre la realidad y la supera, se anticipa a ella y así consigue su cometido. El rumor es un Frankenstein, tiene un padre, un dios creador, el cual sabe que es suficiente dotarle de ciertas aptitudes a su creación ya que de ahí, el desenvolvimiento del monstruo correrá por cuenta del mismo. Porque pasadas ciertas barreras, el rumor se auto genera y por la misma vía es autófago. Por eso el rumor, siendo subjetivo e imperceptible físicamente, llega a antropomorfizarse y logra ser la metáfora materializada de una idea. Así se explica que gente como Correa, Lucio y hasta Jaime Roldós -siendo primerizos en las lides de la política- hayan captado tanta atención y su popularidad haya subido de una manera "increíble". Lo que sigo pensando, es por qué aún la falsa opinión pública se sigue asombrando de estos supuestos fenómenos. Y al decir falsa opinión pública me refiero al discurso de los medios, no a los medios en sí.
La lectura que los medios suelen dar al rumor, tiene las estructuras analíticas del mercantilismo. Necesariamente se asocia la popularidad con la venta de ideas. La persuasión. Pero yo no creo que esa persuasión entendida como manipulación de conciencias y verdades, sea la única vía del rumor. El rumor es mucho más que eso, es una herramienta idiosincrásica que alimenta constantemente la cultura y el pensamiento colectivo, y cuya aceptación general como medio informal de comunicación hace que la gente se inmiscuya en su discurso masivo. La capacidad discursiva independiente que tiene el rumor hace que su potestad vaya creciendo con el voz a voz. Es en la confianza y el respaldo del colectivo (que toma este discurso como suyo) en donde radica el éxito del rumor. La masa se apropia del rumor ya que es a la vez generadora y transmisora del mismo. El secreto no está en lo que dicen o en cómo lo dicen, sino en la capacidad de generar un condesado esquema de ideas reproducibles que puedan viajar a través del ciudadano en forma de rumor, hasta que este rumor se convierta en un ruido ensordecedor. Y así se gana la presidencia.
Digo, yo.
El único remedio a la culpa es el cinismo.

Por eso hoy voy a ir a cobrar ese cheque a como de lugar. Y si no lo logro pues, a hacer uso de las herramientas terciopelo.

sábado, septiembre 23, 2006

Relaciones del arte y la literatura en el indigenismo




Esta mañana en el museo.


El padre que explicaba a sus hijas los cuadros de Miguel Rendón, de Camilo Egas y de Kingman. Él lo sabía todo y las niñas confiaban tanto en su sapiencia, que no dudaban ni por un segundo de que esa era la verdad. Sí, los indios cosechando maíz, era en efecto un cuadro de indios cosechando maíz. Los indiecitos dando la vuelta a un molino, era claro, indígenas en un trapiche de caña. Unos indios que antes cargaban así cosas en la espalda, eran indios cargando comida para los blancos. ¡Ah! Huasipungo es un libro bien bonito que trata sobre una hacienda y los indios que trabajan así y se comen... y se comen... Pues para qué decir más. Yo solo observaba y seguía a esa familia de una candidez urbano mestiza, el padre de un metro cincuenta, la madre diez menos. Las niñas morenas, juguetonas, de colores. Todo era bonito. Yo solo podía seguir su rastro de interpretación directa, descomplicada, de lejos. Quería acercarme más, pero mi cuerpo era muy grande al lado del suyo. Me tenían miedo, lo sé. ¿Quién era esa metiche que les perseguía a tres pasos en cada cuadro del museo. Quién era. Era yo, tratando de saborear el zumo primero que nos donan los sentidos. El genial discurso directo, sin vanos traspasos intelectivos. Ese era el conocimiento en bruto. El más valioso. El padre era un erudito en descripción de escenas y escenarios, la mujer disfrutaba de los perritos y los choclitos, y las niñas aclamaban los trazos perfectos: ¡Qué lindo este cuadro papi! Sin duda, Camilo Egas, con sus insólitos indios fibrosos, largos, estilizados, descomunales, pues sí, en efecto pinta muy lindos cuadros. No se equivocaban. Y yo solo les seguía, para aprender de su sencillez. Era una ambrosia deliciosa. Estuve seducida por la escatimación espontánea de recursos intelectuales. No tenían que demostrar nada, solo descubrir la simple visión de la belleza en bruto y punto. Ellos ven escenas, ellos comprenden las escenas y las interpretan de una manera más limpia. Cero borrascas. Un refrescante recorrido, sin duda.


Pero…
Yo luego tuve vergüenza ajena (Del curador, del historiador de arte, del dueño del circo, en fin de quien sea el responsable de semejante estupidez). No sabía cómo explicarle a mi cuerpo y a los gestos de mi cara que no se incomodasen por aquel espectáculo absurdo.
El despojo identitario del contexto indígena, que a través de trastocar su hábitat y convertirlo en la hacienda, se vuelca en contra de sí, volviéndose un sitio inhóspito, donde la otredad se aunula y la capacidad de alteridad se ve frustrada en un hundimiento identitario... bla bla ¡Ahhhhh! Aquel hombre, padre de familia respetable, trataba de respaldar su conocimiento, leyendo en voz alta los recuadros "guía" pegados en la pared. Perdido en desconocidas teorías sazonadas con una terminología sociológica exquisita. En fin, el hombre se asombraba de no entender nada y seguramente se sintió ignorante. Yo me pregunto, mierda, ¿Cómo se atreven a segregar y a menospreciar al ciudadano común de este modo? Me parece una burla al intelecto. Cómo se les ocurre poner cuadros explicativos con teorías sociológicas en un supuesto museo público gratuito, abierto para todo el público. Y volvemos nuevamente a lo mismo. Luego por qué nos quejamos de la falta de interés en la cultura que tiene el vulgo, si tampoco les damos herramientas reales de comprensión y asimilación del arte.
(En negro los dos únicos sustantivos sustanciales y comprensibles) Por qué no poner: El indio perdió sus tierras ancestrales para pasar a ser esclavo en los latifundios o en las haciendas. Perdieron sus propiedades, cambió su forma de vida y la hacienda se convirtió en un tormentoso hogar, debido a los maltratos y humillaciones que sufrían los indios por parte de sus patrones. Qué se yo, suena horrible pero se entiende. Y es lo mismo.
A dónde fueron aparar los conceptos contemporáneos de museografía. Por favor, ya es hora de respetar al público. Y si no, pongan un letrero afuera que diga: Apto solo para sociólogos y no para padres de familia que estén en proceso de formar a sus hijos.
Tengo frío a las ocho de la mañana. Tengo frío de madrugada, frío intenso amortiguante. Afuera hace sol y yo aquí, en esta fortaleza de metal, tirito y solo pienso en volver a la cama.

viernes, septiembre 22, 2006

De los meta hiper supra inter yuxta

Ayer en el cierre del ciclo de conferencias sobre Pablo Palacio y Jorge Icaza, he asistido a las dos últimas ponencias, que a mi criterio han sido magistrales. La una, " La modernidad: Entre la realidad y la utopía" y la otra "La Vanguardia en las fronteras de idioma". La primera trataba sobre las vanguardias europeas y la segunda sobre el uso del lenguaje en la poesía vanguardista latinoamericana. Lo mejor de ambas fue, la claridad de sus expositores, la precisa articulación de su discurso y ojo lo más importante: Sin perder profundidad, lucidez y erudición, las ponencias (al menos la segunda) fueron de una extraordinaria intelegibilidad. Sin restar un ápice de genialidad y academicismo, la exposición fue llevada con una lógica tan clara e implacable que el auditorio siguió atento sin jamás perder un segundo de interés. Además cabe recalcar que ambas duraron el tiempo justo, y sin embargo nos dejaron a todos con ganas de más.
La verdad sería irresponsable de mi parte hablar de las ponencias anteriores o de las de los otros días, puesto que no pude asistir. Pero alguna gente me comentó que varias de las conferencias estuvieron engorrosas y aburridas. Se desarrollaron en desgloses de teorías incomprensibles para muchos... o para todos. Por ello un amigo que había asistido a todas, me comentó: No te perdiste de nada, viniste a lo mejor.
Yo no quisiera pensar que esta necesidad de ser altamente incompresibles para ser respetados en el mundo intelectual, obedezca a un complejo de inferioridad cultural. Quizás muchos nos esforzamos por sonar coherentes y verosímiles pero da tal manera que "logremos impresionar". Pero ojo, impresionar a quién. No somos visibles en el mundo de las letras, ni del arte, ni de la cultura en general. Hay que aceptarlo si complejos ni resentimientos. Y creo que de allí salen esas ínfulas de protagonismo de unos dos que tres que, cada vez que tienen la oportunidad de lucirse frente a un auditorio, escogen trabajar con un lenguaje lo menos decodificable posible.
Saco a colación todo esto, puesto que curiosamente los dos últimos panelistas que dictaron sendas ponencias, eran extranjeros. El uno francés y el otro peruano. Y con ello no quiero decir que en Perú o en Francia no hayan intelectuales con discursos engorrosos. Digo que estas dos personas sabían a lo que venían: A un ciclo de conferencias abierto para todo el público, y con ello tampoco es que dieron concesiones light, sino que acercaron su lenguaje a la compresión total y sus análisis terminaron siendo más brillantes aún pues todo el mundo pudo comprenderlos. O al menos eso es lo que a mí me pareció.

jueves, septiembre 21, 2006

El sueño de la sinrazón...


23 de agosto de 1927.

Pena de muerte, esquizofrenia gubernamental.

Sacco: ¡Viva el anarquismo!

Minutos después...

Vanzetti: ¡Soy Inocente!

Después, solo humo.


Probablemente fueron sacados sus cuerpos de la silla eléctrica, llevados al forense y después de comprobar tautológicamente la muerte de ambos, serían enterrados en una fosa común o entregados a sus familiares.

Uno de los más grandes teatros de apología de la paranoia se dio en 1920, tras la captura de dos emigrantes italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, zapatero y vendedor de pescado, respectivamente. Ambos pertenecientes a una célula anarquista que salieron de Italia en 1908, junto con la masiva emigración europea -sobretodo italiana- que se produjo en esos años. Inmediatamente la histeria antiroja se difundió en el país y empezó el acoso y el hostigamiento. Ciertamente anarquistas, socialistas y comunistas creían en la violencia como método político, por ello el gobierno estadounidese se embarcó en un camino de represión absoluta de cualquier indicio de subversión. Sin embargo, no era la violencia en sí, ni tratar de proteger al ciudadano civil de ella. Era el terror a la pérdida del control político liberal capitalista. Esto debido al triunfo de los bolcheviques en 1917 y la proclama mundial de las intenciones de la Revolución Rusa. Suficiente para ponerles a orinarse en los pantalones.


Así, al más puro estilo "Inquisición", la justicia hizo oído sordo a las contradictorias pruebas e indicios que trataban de inculpar a ambos italianos, y en un confuso juicio en julio de 1921, fueron declarados culpables de asesinato en primer grado. ¿El delito? El robo de 16mil dólares a dos empleados de una fábrica de zapatos en South Braintree, Massachusetts, y el asesinato de las dos personas. Durante los seis años desde su sentencia hasta su ejecución, gente de distintos ámbitos como intelectuales, escritores y defensores de derechos humanos se proclamaron a favor de Sacco y Vanzetti y trataron de interceder ante las autoridades. Se dieron grandes manifestaciones y protestas en todo el mundo. Todo fue inútil, ni uno de los mejores abogados de la época logró que el testimonio de un reo condenado a pena de muerte por un asesinato les absolviera de culpa. Este hombre aseguraba que los dos italianos no habían tenido nada que ver con el asalto y que él había participado junto con otra banda de delincuentes italianos. Hasta el día de hoy aún no se han esclarecido las verdaderas circunstancias del crimen, algunos aseguran que Sacco sí era culpable, ya que incluso las pruebas presentadas le imputaban más a él que a Vanzetti. Sin embargo se cree que por una cuestión de lealtad no se aclaró nunca esto. De todos modos ambos condenados murieron creyendo que su muerte le daría gran valor a la causa justa por la que, según ellos, luchaban.

Existió material fílmico que detalló en proceso de los presuntos asesinos, el cual fue ordenado ser destruido...



Y así, se crean héroes y mitos. Pregunta retórica: Quién incentiva ello, a quién le conviene crear héroes del "mal". Mitos de la "dañina" subversión.


Esto nos suena tan familiar. La eterna cacería de brujas. Los inacabables chivos expiatorios de una política disfrazada de "universalismo" cuando lo que tenemos en realidad es una deformación mercantilista de un nacionalismo, condimentado con métodos fascistas. Ayer los anarcos y los rojos, hoy los terroristas y el narcotráfico. Pretextos suficientes para sembrar el terror. ¿Quiénes son los verdaderos terroristas? Todos nos hemos hecho esta pregunta alguna vez. Los que derrumban dos torres icono del imperio -sin restar la salvajada del asesinato colectivo- o los que reinventan el mundo y generan mitos universales, metarelatos que a punta de sangre quieren convertir en realidad un delirium tremens. Patrañas materializadas a través de un discurso falsamente proteccionista. En realidad el cazador traduce la violencia de la fiera en un miedo a la asechanza silenciosa. El gran terror xenofóbico que han tenido siempre el gobierno norteamericano.


El vecino que sueña vivir en constante amenaza y que los monstruos atacantes que producen sus sueños insomnes, cobran vida y se vuelven en contra de él. Seres míticos engendrados en sus propias entrañas que saldrán algún día de sus leyendas y tratarán de cometer parricidio. Ahí está la clave de terror terrorista de los EEUU. Ellos creen -y quizás tengan razón- que su construcción occidental ha criado cuervos que les sacarán los ojos. Y por eso se protegen.
Por lo menos nosotros podemos dormir tranquilos...

martes, septiembre 19, 2006

Y me dieron ganas de vivir en ese barrio

Estoy sentada aquí, en esta banca de parque raído. Estoy aquí, con el sol pegándome por la espalda, mientras me miro en un espejo viejo de maquillaje. Sin maquillaje. Aquí, en el barrio donde nací, del cual no recuerdo casi nada. Lo único que se me viene a la mente entre la bruma de los recuerdos, es un yo de dos años poniendo discos de Joan Manuel Serrat y orinándose en el piso. Nadie me vió.
Ahora tengo que esconderme del sol. Salí tan cubierta -con saco de lana y abrigo- y como siempre en esta ciudad agobiante y voluble, tengo que irme desnudando poco a poco hasta convertirme en ropavejera. Aparatosa taitapendejadas. Olvidé el paraguas en el auto de mi madre, a quien convecí que me llevara y me señaló cuando llegamos -como si no supiera- dónde había yo nacido. Yo no nací ahí, obvio, sino en una clínica, pero a ella le gusta decir que allí nací y punto. Si llueve estoy frita, y por el jugueteo darkie de las nubes es más que una probabilidad.
Estoy aquí y todo por mi ignorancia, mi misantropía y mi incapacidad de tener o mantener contactos laborales. Tengo que esperar en este parque hasta que les de la gana de abrir las cabinas telefónicas. Es increíble como por estos lugares es tan fácil adivinar a través de su estética, la continuidad. Continuidad humana y urbana. Sabía que si caminaba unos pocos metros encontraría un lugar con cabinas telefónicas. Y así fue, solo que (esto también debía haberlo imaginado) estaba cerrado.
Nunca nada calza perfecto en esta ciudad, siempre hay fallas. Filtraciones. Siempre. Mierda. Estamos rodeados de imperfecciones, de constantes que son incostantes y variables que no varían. Envueltos por un constante clima siempre igual, que en pocos minutos -o segundos- cambia de un frio de páramo insoportable a un sol abrasivo insoportable. Porque siempre es insoportable. Es inevitable decir que la geografía y el clima son los grandes culpables/constructores de lo que somos. Vivimos en un estancamiento constante, en una repetición cuyas variables las conocemos de memoria. El clima cambia de ánimo de un segundo a otro, pero es siempre la misma estación. Primavera deformada. Mutación de invierno blandengue. Siempre es lo mismo. De nada sirve ser extremista y vivir al borde, si total siempre se va a estar en el mismo borde.
Yo tuve la culpa de estar aquí hoy, ya lo dije, esperando que abran este lugar, para llamar a ese lerdo e insípido diseñador gráfico que ni siquiera pudo explicarme bien su dirección. Por eso no la encuentro:
Machala N56-278
No existe, llevo más de media hora recorriendo la misma calle, para enterarme cómo la nueva nomenclatura nos puede volver locos con sus agujeros negros:
Machala N56-288
Y la casa siguiente:
Machala N56-250
¡Cómo puede ser posible! ¿Adónde se fueron las edificaciones con la decena del 270 y del 260? Seguramente con los hippies y los revolucionarios. Ni rastro por aquí. Así que, como siempre sin dinero para comprar una tarjeta de $3 y dar por terminado este absurdo, me tocó quedarme sentada en esta banca de parque maltrecho, respirando hollín y CO, deseando vivir en el trópico o en el caribe e imaginando que en mi espera toda esa gente gris, andina y fea se acalora y empieza a rumbear a mi al rededor.

Nuevas adicciones



Desaparecer una arruga a como de lugar. Borrar el mapa de la vida, el rastro del amor, del odio, del placer, del dolor. El derrotero del triunfo y del fracaso. Y del fracaso. Sobretodo del fracaso, porque una arruga no puede ser más que eso. Por ello el otro día decía que la risa también puede herir. Claro que sí, puede herir la epidermis con una inapropiada línea que nos recuerda incesante -inoportuna- nuestra decadencia. No queremos que nuestro rostro direccione el camino a la degradación. La incorruptibilidad de lo artificial nos mata de envidia. No sentir nada sería la solución. Una bacteria sintetizada, altamente tóxica. El pez globo. Cómo es posible estar al borde de la muerte, del shock anafiláctico y salvar vidas. Sobrevivir a través de la sintetización de una toxina. Y volverse adicto al borrador. A la mediocre reversión del tiempo. Reversión que dura cuatro meses, bastante incipiente. Por eso las directrices de nuestra vida que saltan a la vista al rededor de nuestros ojos, se niegan a retroceder el camino, a agotar su tinta. Quieren ser tatuajes indelebles, vivos, autogeneradores de su profundidad. De la pérdida de elasticidad. Colágeno. Parálisis facial. Músculos que no se contraen. Polímeros en nuestros rostros. Una pérdida del tacto que nos vuelve poco tinosos y vulnerables ante el espejo.


Vivir es un largo proceso hacia la fealdad absoluta.

lunes, septiembre 18, 2006

Trilogía sucia de la Habana


Ay Pedro Juan. Pedro Juan. Cada vez que te leo, al menos en los pasajes más intrincados y viciados, no puedo dejar de regresar a la contraportada y pasmarme unos segundos mirando ese rostro de excomulgado. Debo haber regresado a verte una treintena de veces para descubrir inútilmente, qué es lo que te hacía -o te hace- tan atractivo a las mujeres. De dónde sale tanta templadera, tantas pingas explotando, tantas mujeres abiertas de piernas, tanto ron, tanta mierda. Tanto hedor. Pedro Juan vive en la mierda, come mierda, respira mierda y se baña en mierda. Para sazonar la miseria y ponerle ritmo a la sordidez, se echa una jebita cada vez que puede. Compra ron cada vez que tiene dinero y trabaja en lo que salga. De basurero, de puto, de recolector de latas, de vendedor de contrabando, de recolector de mendigos, de limpia mierda.
No hay atractivo tal. Cualquiera se folla a cualquiera en Centro Habana. Habiendo aún mucha belleza, da igual tirarse una vieja setentona o una mulata de cuerpo firme y fibroso. Ay Pedro Juan, hay que volverse duro, hay que escupir al amor, hay que maltratar a quien te trata bien y no esperar nada de la vida. Y aún se sufre. Porque Pedro Juan sufre, y él mismo lo ha dicho. Los últimos días escribió el Rey de la Habana, llorando sin parar. Y tú Pedro Juan que te exforzaste tanto por secar el llanto a punta de orgasmos y resacas. Casi me enseñas algo, casi te doy la razón. Casi quiero ir a Cuba. Casi.

sábado, septiembre 16, 2006

No llores por mí

Tengo que taparme los oídos y consagrarme a la furia.
Consagrarme a la furia silenciosa o sorda.
Furia sorda, no entiende nada,
Ya nadie le habla y no lee los labios.

La furia va al cine, consagrada a mí
Y nunca comprende la película,
Ella solo lee libros.
Porque eso sí, ciega no es.

Ayer cerrando la boca leyó a Pedro Juan Gutierrez,
Leyó a Fernando Vallejo y a Clarice Lispector,
Y yo, consagrada le dije:
Furia, Pedro Juan recogía latas.

Por su parte, la furia prefiere a Clarice.
Aunque Vallejo le incite a ponerse audífonos.
Yo dormí con ella a las dos de la mañana.
Me consagré a la furia sobre mi almohada.

viernes, septiembre 15, 2006

Estultolitos




Tengo una piedra en el estómago. Pesa cinco kilos y me hace caminar más lento. No la puedo vomitar, no la puedo digerir, no la puedo evacuar. La piedra se rehusa, se cree frágil por eso cuando me provoco arcadas para que salga -sabiendo que está cerca- se adhiere a mis tejidos y sólo logro devolver sangre. A veces asciende un poco a través de mi esófago y quiere convertirse en nudo. Entonces si lo logra, lloro por la piedra pero a ella le da igual. No puede escucharme.


La piedra habita en mi estómago desde hace cinco años. Yo la dejé entrar, no es culpa de ella. Un día me comí un libro de minerología y para tragarlo, bebí agua de manantial. Agua volcánica. A los tres días tenía una piedra dando vueltas en mi estómago. En un principio me asusté, pensé que había crecido en mí un tumor y que iba a morir. Casi no podía comer así que bajé cinco kilos, los cinco kilos que la piedra repuso al compactarse totalmente.



Entonces fui al médico. A uno, a dos, a quinientos. Y cada uno me daba distintos diagnósticos. Algunos no me daban ninguno y aseguraban que la piedra no estaba en mi estómago sino en mi cabeza. Si eso era cierto, yo también habría querido practicarme una trepanación y sacar dinero del hoyo. Pero no fue así. Me hicieron una radiografía y no había tal piedra, solo masa encefálica y dos que tres neuronas disidentes. Nada más. . Entonces me quedé pobre, perdí todo mi dinero en consultas médicas y exámenes, para por fin recibir la noticia de que No se puede hacer nada, tienes que aprender a vivir con la piedra. Quizás no mueras de eso, quizás sí con el tiempo, pero en tal caso, toma acetaminofén para los dolores. Nadie se atrevió a sacármela, todos le tenían miedo a la piedra.
Y así con el desahucio y la falta de credibilidad me fui a mi casa, en donde todos creen que inventé la historia de la piedra y no les interesa ver la ecosonografía donde sale ella en mi estómago, sonriente. Entonces me toca fingir que estoy bien y levantarme a las siete de la mañana a vomitar sin que nadie me vea. Porque la piedra me produce vómito, pero ella nunca sale con lo que devuelvo. Ahora piensan que soy bulímica y que estoy obsesionada con mi peso. Lo que no saben es que esos cinco kilos demás, no son míos, son de la piedra.

Un día desperté con dolores. Retortijones que me sacudían entre escalofríos y sudores. Algo le pasaba a la piedra, algo que ni ella sabía y solo yo podía sentir. Luego de tener espasmos que se localizaban en el bajo vientre, logré comprender que la piedra estaba pariendo. ¿Cómo podía parir la piedra, con quién se había apareado? Nunca lo supe, solo sé que desde ese día llevo una piedra en cada órgano. Una en los pulmones, una en el corazón, una en cada riñón, una en el páncreas, una en el hígado, una en el útero, una en cada ovario, una en los intestinos, y quizás, ahora sí tenga una en la cabeza...

jueves, septiembre 14, 2006

Ja ja

Yo a veces escucho lamentos en la noche. No sé si en realidad es alguien que está riendo narcóticamente o está teniendo un orgasmo solitario.
Quisera pensar que ese alguien no llora, aunque sé que es lo más problable. Yo no dejo de pensar que a veces el gozo y el dolor se parecen tanto que no llegamos a distinguirlos. Siempre escuchamos a alguien riendo, soltando lágrimas y pensamos que está llorando. Es más, la tendencia es esa y no a la inversa. Secretamente buscamos ver sufrir a los demás pues la risa nos puede herir más que un llanto. Cuando vemos llorar a alguien no pensamos que llora por nosotros, pero si vemos reir a alguien, pues la posibilidad de que se ría de nosotros nos envenena.
Qué nos molesta más, que lloren por uno o que se burlen de uno.
Hay una risa descarada que desnuda y ultraja. Hay un llanto pedigüeño que busca retumbar y sellar las ventanas. La risa es de espacios amplios en donde el eco tarda segundos en aparecer. El llanto está en un recoveco y jamás consigue réplica. Replican y replican ambos, aúllan buscando una certera estocada. Retuercen sus sílabas, y su fonética se devuelve hacia el anochecer sin mirar qué hubo antes, sin detenerse a recoger las letras derramadas, los sonidos viajantes, el aliento vertido a la atmósfera.
Yo aveces decido si llorar o reir. Me da igual.

miércoles, septiembre 13, 2006

Capítulo dos (Del cubo rubik de Jorge Ortiz)



Diez años después, continúo con el indescifrable cubo rubik de Jorge Ortiz que no tiene que ver con nada, pero me pregunto a cada momento -cuando veo Este Lunes- en dónde lo compraron si ya no lo venden ni es popular como en los ochentas. Este solitario cubito me trajo más reflexiones idealistas que la espada de Alfaro que cuelga sobre la chimenea de Marcelo Larrea, candidato presidencial...


Lo zalamero es tan gipsy.




UNO.

Y retomando aquel día en el que me fui a ver Qué tal lejos de Tania Hermida (Respondo: lejiiiiiisimos) cuando acabó la función sin aplausos, me encontré en la cafetería del cine con mi amigo Carlitos (perdón por usarte otra vez). Tenía una historia que contarme, la cual reproduzco a continuación.
¿Acaso se iba a suicidar o es que se iba con los raelianos?
Hoy tuve un encuentro de lo más inusual. Recibí una llamada de alguien que quería pedirme perdón. Casi nadie le llama a uno a pedir perdón, peor cuando han pasado casi veinte años desde la ofensa en cuestión. Ella era Z, una chica que cuando yo era adolescente me hizo el desplante más humillante de mi vida, realmente se portó mala. Yo estaba enamorado y ella pues, me rechazó de la manera más fea imaginable -No dio detalles de esto-. Ayer me llamó y grande fue mi sorpresa al enterarme de quien se trataba.
-Hola... ¿Carlos?
-Si...
-Soy Z. Zeta Equis. No sé si te acordarás de mí, yooo...
-Claro que me acuerdo de tí Zeta. ¿Cómo hiciste para localizarme? ¡Qué loco!
Y bueno, grandes cualidades de investigadora demostró la chica, pues luego de tantos años logró dar con mi paradero atando cabos y siguiendo pistas, hasta porfin llegar a mi número telefónico. Quería una cita para hablar un rato pero explícitamente para disculparse pues según dijo: Tenía que hacerlo. Quedamos en topar al día siguiente en la cafetería de un centro comercial. Al llegar al sitio escogido, encontré a una Zeta inconfundible, la pude reconocer dentro de todo esa humanidad extra que había crecido sobre ella. Y no estoy hablando de gordura ni de vejez. Era otra, obvio, a los quince se es tan nuevo que ni qué decir a los treinta y tres. Pero aparte de su pose de señora y su traje sastre uniformado, cargaba un desapego a la vida tan grande que si no se agarraba se caía al primer piso. No, no estaba allí para que yo le sostuviera, estaba ahí para resolver errores del pasado, cerrar círculos e historias y quizás de esta manera borrar la amargura de sus ojos. Decía no tener más razones para vivir que su apabullante rutina diaria: casa trabajo, trabajo casa. No tenía amigos, nunca se veía con nadie y no tenía ningún pasatiempo, tan solo un desafortunado perro que cargaba con todo su cariño contenido y sus frustraciones.
-Quería pedirte perdón por lo estúpida que me porté hace años. Necesito tu perdón.
-No tengo nada que perdonarte. Eso ya está en el olvido Zeta, no te preocupes.
-No, en serio, necesito tu perdón. Dime que me perdonas.
-... Ok. Te perdono Zeta.
-Gracias.
-Bueno y... que más te cuentas...
-La verdad Carlos, no tengo mucho tiempo.
-¿Tienes algo que hacer?
-Mmm... Sí. Tengo una lista de gente a quienes he citado... para pedirles perdón...
DOS
Yo cambié la historia
Luego de las conjeturas apocalípticas concernientes al caso, me dirigí hacia mi hogar tomando el bus hacia el infinito. Estuve dos horas dentro de él y no porque yo viva tan lejos, sino por que, por una razón desconocida hasta el momento, algunas calles estaban cerradas. Vueltas y vueltas, quejas conjuntas y ojos torciéndose en cada retorno, empezaron a crear una cofradía entre los pasajeros. Si me quedaba media hora más, me enamoraba de uno de ellos.
Al fin el chofer tuvo que despedirnos con pena, y quién sabe por qué extraño compañerismo, nos devolvió el pasaje ¡a todos! Sin duda una variante del síndrome de Estocolmo o en realidad nos temía como posible turba. Al fin nos bajamos todos juntos y formamos un grupo que avanzaba uniforme en medio de un inusitado tránsito y bullicio. Sábado a las diez de la noche. Cuando caminábamos hacia el occidente en busca de un bus, una hilera de personas apostadas en la avenida Amazonas nos detuvo. Todos aplaudían y daban gritos de aliento a cientos de corredores que vencían al frio más que a sus contrincantes. Estábamos varados, sin duda, era tarea bastante difícil cruzar a través de ese río de brazos y piernas y sudores conjuntos. Eran tantos que casi corrían hombro con hombro. Así que me atrevería a decir que contábamos más de cien personas tratando de franquear aquella avenida, la cual era imprescindible sobrepasar para llegar a nuestro destino. No había manera alguna de ir por otro lado, la carrera estaba trazada a lo largo de esta calle que atraviesa la ciudad de norte a sur.
Al rededor de veinte minutos -no lo sé en realidad- estuve obligada a camuflar mis gritos de desesperación entre los vitoreos del público. Yo, por supuesto aproveché que no era mal visto en ese momento mostrar cierta efusividad y empecé a maldecir y soltar palabrotas perdiendo la paciencia. Quería largarme ya. Cada segundo estudiaba la posibilidad matemática y cronométrica que tenía para cruzar aquel río humano. No lo lograba. Y Nadie se atrevía tampoco a hacerlo. Un hombre a mi lado quiso hallar complicidad conmigo y me hablaba pensando que mis comentarios eran para el común. De hecho, fue él quien me dio el aliento para aprovechar dos metros de separación entre un bloque y otro, y... Zaz. Crucé. Y él atrás mío. Y la señora junto, también. Y los abuelitos igual, y sus nietos también. Y todos los demás que iban en el bus. Y aún otros que estaban esperando desde antes que nosotros llegáramos. Y en fin, que la turba comparable con la multitud de los atletas, cruzó en masa. Muchos chocaron entre sí, alguien cayó al suelo, a mí me pisaron el pie. En fin, hicimos perder valiosos segundos a los corredores. Quién los repondrá... Quizás Perico de los Palotes retrasó su marca por chocar con el abuelito y Juan Perez pisó mi pie y perdió el chance de superar el tiempo record...
TRES
Para ya no cansar más, éste sí es bien corto y es una queja. Una queja para el aire porque ya no se puede hacer nada.
Traje sastre a la medida
Hoy me mutilaron. Hoy me reinterpretaron. Hoy me tergiversaron. Hoy me disfrazaron y me pintarrajearon. Hoy deformaron a mi hijo. No, hoy me entregaron a otro con cara de nada. Hoy editaron mi reportaje. Hoy tijeretearon mi reportaje. Y ya no se puede hacer nada porque ya está publicado. Hoy quería abofetear a mi editora y patear al consejo editorial. Hoy les sonreí y me quedé en la reunión cafeinada. Hoy me fui a tomar un helado de chocolate y abandoné mi traje sastre en plena calle, para que venga un camión de la basura y destroce lo poco de forma que llegó a tener.

lunes, septiembre 11, 2006

¿De dónde sacaron el cubo rubik de Jorge Ortiz?



Tengo tres historias que contar, las cuales sucedieron el mismo día. Tres historias y una acotación -o será una sugerencia, o quizás una inquietud-. En total cuatro mariposillas que se convierten en polvo al ser aplastadas. Es decir, polillas. Tristes y melancólicas polillas. Porque sepan ustedes que las polillas son lo más triste y melancólico que hay en el mundo de los lepidópteros. Si no me cree, mírelas un día y niéguelo si puede.
Capítulo I: De folclorismos y otros desmanes
El día sábado 9 de septiembre, en momentos en los que me encontraba yo en situación de querer salir a orearme, ocurrióseme revisar los horarios cinematográficos que se ofertaban para ese día. Puesto que ya había decidido de antemano (tenía que ser auto referente alguna vez) ser partícipe de la propuesta aplaudida internacionalmente de Tania Hermida, notable cineasta ecuatoriana, decidime pues ir a ver aquella película recientemente estrenada.
No entraré en detalles engorrosos de cómo es que alcancé llegar a la sala de cine abarrotada de ingenuos y excelentes folkie people. Yo era una más de ellos, sin duda. Al empezar la película, en la primera frase, en la primera imagen, supe que el premio del festival de Montreal era un aplauso al folclor nacional. No se explicaría de otra manera la insistente figuración localista, puesta e impuesta adrede para el público extranjero. Se notó demasiado la impostación, claro, para nosotros los autóctonos porque para el extranjero será una sutileza más de la composición social y neo realista que vivimos los países latinoamericanos. Una corroboración de lo obvio. Gracias Tania, no lo sabíamos.
Pero yendo aún más lejos, lo que molesta no es la insistencia y la caricaturización de los estereotipos -de una manera facilista y superficial- sino la falta de consistencia en la construcción performática, narrativa e incluso de los personajes, los cuales se ven avocados a situaciones gratuitas cuya justificación paisajista no es suficiente. Aparte claro, de toda la parafernalia introductoria que quiere a empellones hacer comprender a los ojos y mentes foráneas lo incomprensible: El país donde todo puede pasar y en donde nada tiene aparente conexión. Esta visión es demasiado dadivosa y condescendiente con el ojo ajeno, es decir, ésta fue una película hecha explícitamente para agradar al crítico de festival europeo (o canadiense) y para entrar en el circuito de distribución internacional. Lo cual de por sí no está mal, no se confundan. Lo malo está en engañar al público local y presentar a la película como un reflejo de lo que somos y no como un producto construido y argumentado en un lenguaje decodificable para el extranjero exotista.
En este punto recuerdo un excelente análisis de la revista El Amante, en donde el crítico hacía una muy acertada analogía entre l'ultimo baccio de Gabrielle Muccino y El hijo de la novia de Juan José Campanella. ¿La supuesta polémica? Ambas películas fueron mal aceptadas por la crítica seria y parte del público dentro de su propio país, pero fuera del mismo fueron aclamadas y hasta ganaron premios. ¿Por qué pasó esto? Fácil, ambas películas no fueron pensadas en el localismo por sí mismo, sino en la explotación folclórica de una estética sociocultural - léase realidad social- por más seudo intimista que la trama haya sido. Yo por mi parte a El hijo de la novia la descubrí de inmediato, era obvia su impostación. Será porque, de alguna manera nuestros referentes de decodificación son más cercanos a Argentina que a Italia, no en vano pertenecemos -con sendas diferencias- al mismo continente. Siguiendo el hilo, a L'ultimo baccio me costó desenmascararla. Me costó una segunda ida al cine, que en realidad no fue mucho. Pero confieso que en primera instancia me sedujo, como a todos los no italianos lo haría fácilmente. La segunda vez que fui, llevé a unos amigos y al darme cuenta de mi error, sufrí durante toda la proyección pensando que al final me caerían a empujones. Sin embargo, ambos espectadores salieron con sonrisa de oreja a oreja y me agradecieron por haberles llevado a ver esa increíble película. Yo me tragué mis post comentarios y les dejé ser felices. Nunca supe si la volvieron a ver y cayeron en mi mismo desencanto primermundista.
El problema de éstas adaptaciones está en que el público autóctono se sentirá extrañamente incómodo, aunque en ocasiones se conectará con esa meta narración y no le quedará más que forzar una identificación con esa realidad impuesta y reconstruida. Entonces reirá acaso a carcajadas y luego se pensará que la película ha sido bien recibida por el público. Mmm, yo no puedo menospreciar al espectador promedio. Se que, aunque sea inconscientemente, lo notarán.
Las dos historias que faltan, quedan pendientes para la próxima entrega, porque ahora tengo que trabajar...

viernes, septiembre 08, 2006

Paranoia de Escopolamina

Paranoia will destroy ya'. ¿Por qué tuvo que haberme tocado? Mierda, que insportable sensación recibir una caricia brusca de una mano sospechosa con claros indicios de querer drogarme. Estuve segura durante varios minutos de que ese roce contenía alguna substancia sicotrópica. Me quedé inmóvil por unos segundos, sin querer virar mi cabeza hacia el lado izquierdo. Ví a la mujer bajarse y traté de adivinar una predisposición antisocial-delictiva en su anatomía. Quedé con más dudas que certezas, su cómplice debía estar aún dentro del bus y estaba esperando ansiosa pero pacientemente que yo me bajara para que así, ya con el efecto de la droga, pudiera llevarme dócilmente al cajero automático.
Para estos momentos trataba de concentrarme en no perder la conciencia y me dediqué a analizar si estaba teniendo algún síntoma. No lograba identificar claramente si ya estaba en estado letárgico o me hallaba con todas mis facultades intactas. No sabía qué hacer. Logré por fin mirar mi brazo izquierdo y no hallé ningún rastro de algún polvillo extraño, pero pudo haber sido tranquilamente un líquido trasparente que se reabsorvió. Entonces sólo que quedó vigilar seguidamente a la gente que aún se encontraba en el bus. No eran muchos y todos eran hombres. Tenía tres sospechosos, el uno era un zambo de piel oscura y curtida, y de cabello casi a lo jackson's five. El otro era un joven algo endeble pero con claros signos de resentimiento e inconformidad. Y por último, un tercero sentado al último que no paraba de mirarme, el cual que yo casi descarto por su delatora obviedad.
Al pasar los minutos, la gente del bus empezó a verme a mí como la sospechosa, pues yo no dejaba de observarles y reparaba insistentemente en cada persona que se bajaba del bus. Así, se fueron bajando todos y mis sospechosos de siempre lo hicieron progesivamente, uno por uno. Al fin me quedé sola en el bus, bueno, con una anciana que estaba sentada el la primera fila y que estaba más allá que acá. Mi parada llegó y nadie me seguía, aparentemente. Horas más tarde, cuando había acabado de trajinar y tramitar inutilidades, me senté en una banca de la calle a descansar. La calle estaba vacía, no pasaban ni autos ni peatones. Luego de unos minutos lineales, a lo lejos pude divisar una silueta que se acercaba hacia mí en lentos pero decididos pasos. Mi corazón empezó a latir acelerado y por un momento quise huir del lugar al darme cuenta de quien era ese aletargado ser que venía hacia mí. Sin embargo, algo me ató a la silla y me quedé esperando sin paciencia ni tranquilidad que llegase a mí. Llegó, se detuvo sin mirarme y me dijo estas palabras: Antes de tí, hay solo polvo. Yo no supe que decirle y dejé que se marchara lentamente con el sol que empezaba a ocultarse...

jueves, septiembre 07, 2006

Novelita por entregas

Ubaldo II

Sin reparar ya que aquel ser había salido de sus entrañas, se quedó mirándolo detenidamente e intuyó una desafiante mirada. Hubo un momento de inacción. Ubaldo pensó que tenía parálisis facial o algo por el estilo, ya que por unos segundos sintió un hormigueo en las mejillas. Al poco rato, la sensación desapareció y se quedó solo nuevamente con su cuica, quien ahora trataba de trepar a la inversa por el palito. A Ubaldo le dio miedo de que huyera y se instalara a vivir en algún recoveco de su casa. No pensó que las cuicas solo viven en los intestinos, su idea era más bien la de una lombriz de tierra que tiene vida autónoma. Así que no le entró para nada en gracia que la cuica aquella conviva con él y tenga prole en su propia casa. El asco que sentía para estos momentos le impedía moverse de la postura en la que se hallaba: De rodillas frente al escusado con el brazo derecho levantado y su muñeca girando para tratar de enrollar a la rebelde cuica que solo pensaba en escapar –según él-.

Ubaldo no supo que hacer durante dos horas, se mantuvo junto al escusado y a la cuica que cada vez parecía más desesperada por salir de allí. Al fin tuvo la idea de bañarla -aunque no sabía bien para qué- pues el olor ya le estaba fastidiando. La metió en el lavabo y abrió la llave. Cuánta angustia sintió cuando por la fuerza del chorro su cuica casi perece ahogada en las entrañas del sumidero. Logró salvarla. Quiso intentar lavarla con jabón pero aún no tenía el suficiente apego hacia ella como para tocarla. Entonces hizo un a piscinita con baño de burbujas de champú, y cuando iba a sumergirla, le entró una chispa de conciencia. No podía hacer eso, de ninguna manera, puesto que podría matarla por los químicos del champú. Pensó en ese momento que si ese día que olió aquel acondicionador nuevo que su mamá compró, cedía a sus ganas de saborearlo, su cuica habría muerto intoxicada. No se sintió culpable por ello, puesto que Dios ya le había borrado todas las culpas el día anterior, pero no le pareció nada agradable ver a la cuica agonizando. Ubaldo entonces decidió seguir sosteniendo a la cuica bajo el chorro hasta que quedara completamente blanca.

La noche ya estaba cayendo y Ubaldo seguía encerrado en el baño. Con la cuica. Estaba sentado sobre la tapa del retrete y había puesto a buen recaudo a su cuica. Ella estaba retorciéndose - siempre rebelde- en un frasco vacío de crema pond’s. Por supuesto Ubaldo se procuró en limpiar prolijamente el frasquito, no vaya a ser que la cuica se intoxicase nuevamente. Esto porque él creyó que algo de champú se había colado por los poros de la cuica y creyó por un momento que aquellos retortijones eran convulsiones propias de un shock anafiláctico. ¿Qué es un shock anafiláctico? Es una intoxicación alérgica extrema que libera grandes cantidades de histamina, produciendo entre otros síntomas, convulsiones. Puede causar la muerte. Ubaldo no deseaba la muerte de la cuica en ese momento, así que después del susto intuyó que quizás fue el exceso de agua lo que produjo esos movimientos que cesaron a los pocos segundos. La cuica no estaba intoxicada y sobrevivió.

Esa noche Ubaldo tuvo miedo de que la cuica se escapase del frasco mientras él dormía, pero si lo tapaba, entonces ella se ahogaría. En un principio se le ocurrió la incómoda idea de vigilarla toda la noche dejando el frasco abierto para que ella respirase. Sin embargo, luego se le ocurrió algo mejor: Hizo un hueco en la tapa con un cuchillo caliente –de paso se quemó tres dedos- y así pudo tapar el frasco con tranquilidad. Así, logró por fin irse a dormir y a su cuica la puso junto a su cama, en la mesita de noche. Ubaldo pensó que al día siguiente encontraría una solución a su problema y se durmió confiando, como siempre en Dios. Él sabría qué hacer con la cuica. Apenas cerró los ojos, cayó en el laberinto aparentemente inconexo de los sueños. En un principio se hallaba en un corredor de estilo boom petrolero y una gente le llamaba desde el fondo, quién sabe para qué. Luego se halló en una especie de habitación que tenía una cama victoriana y que estaba llena de periodistas con cámaras de flashes antiguos. Fotografiaban algo que se hallaba en la cama, pero Ubaldo, por más que se esforzaba, no podía llegar a ver lo que pasaba, había demasiada gente y la habitación parecía infinita, en constante crecimiento. Cuando por fin se empezó a despejar la gente, pudo ver que una mujer mulata se retorcía en la cama y daba a luz un hijo tras otro. Había como cinco ya desparramados sobre la cama, y seguían naciendo más, pero sin derramar fluido alguno. Nacían limpios.

Al fin Ubaldo despertó de aquel sueño que le produjo ganas de vomitar. Lo hizo por el sonido de las campanas de la misa de siete. Pensó en ir pero nuevamente le dio pereza, así que lo primero que hizo fue revisar a su cuica. Cuando abrió el frasco vio que la cuica dormía plácidamente, así que no quiso molestarla. Se fue a desayunar y mientras calentaba la leche, empezó a temblar y su corazón a acelerarse. Casi hiperventiló. Su cuica no estaba dormida, había muerto durante la noche. Él la había matado y se sintió culpable por más de que trataba de convencerse de que él ya no sentía culpa jamás. Regresó a su habitación y abrió nuevamente el frasco. Allí estaba ella, boquiabierta, patas arriba. Ubaldo vio sus ojos desencajados y supo entonces que la cuica había muerto de pena…

Yo, la peor de todas

Parafraseando a Sor Juana

Al que ingrato me deja, busco amante
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo;
de entrambos modos infeliz me veo.


Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que de quien no me quiere, vil despojo.


Yo a estas alturas podría enamorarme de Cualquiera. Un Cualquiera con mayúsculas, megalómano y grandilocuente para volverme chiquita a su lado e ir desapareciendo poco a poco. Siendo que acepto todas las condiciones de mi encierro y me someto a un régimen chato, entonces podría fácilmente digerir cincuenta órdenes y evacuarlas por las noches sin el menor ruido. Ese megalómano de quien al parecer se enamoró Sor Juana, era Dios, pero no se lo crean todo, pues estoy siendo apócrifa y apologética. No pretendo desbaratar a punta de herejías, siglos de manoseado cuestionamiento espiritual. Busco simplemente el paralelo, que por demás suena filático -así es Javier-.
Ahora, en aquella carta que jamás sabremos si es realmente servil o acaso tapaba una soberbia implacable, me escondo por lo bajo. ¿Altar o basurero? Se puede ser tan pretencioso y ampuloso en ambas orillas. Frente a frente. De igual a igual. Jactarse de estar sobre el promedio o bajo el promedio puede cubrise de amor propio en el primer caso y de falta de autoestima en el segundo. Pero siempre habrá una postura demostrativa. Prefiero ser nada. Y no es ataque a la Sor, ella lo sabía muy bien, simplemente dió a sus juzgadores lo que querían: Derrota. Pero lo que ellos no sabían es que dentro de esa aparente derrota se encondía un ego kilométrico... Yo, la peor de todas... engloba el mundo esa frase.
Ahora, la ignorancia está en no saber distinguir ambos picos y en creer que, o se está escalando la misma montaña todo el tiempo, o se está cayendo entre riscos y peñascos constantemente. I read the news today oh boy. Por eso Adrián prefirió tomarse 314 aspirinas para así terminar de resbalar o de escalar, que es lo mismo.Oh Adrián, siempre me han gustado los post mortem, pero ésta vez tengo una gran inquietud: ¿Vomitaste sangre? En el artículo solo decía que tuviste convulsiones y que luego te sobrevino un paro respiratorio. No quisiera ser testigo de ensoñación, pero mi cabeza no puede dejar de repetir los espasmos en la camilla y el estertor último de tu golpe contra las rocas. Mente amarillista.
No hay nada peor que ser la peor de todas... Nadie nunca estará debajo tuyo Sor Juana. Sin sangre.

miércoles, septiembre 06, 2006

Sólo cenizas hallarás

Javier tenia una mariposa en su ventana. Yo, una foto farsante con una amplia sonrisa que mentía en cada comisura. Esa no era yo. Mis ojos estaban tan empañados que las letras de mi teclado estaban todas borrosas, seguramente estaba escribiendo como una retrasada mental.

-¿Dónde estás?
-Perdí el barco a Roma.
-¿Por qué?
-Ya sabes, por dejar todo para último rato.
-Jugando con el tiempo.
-Correcto.

Hay kilómetros y kilómetros, y aún es la misma estación en mi cabeza. Yo no puedo virar el timón, no sabría hacia dónde ir. Yo seguiré escribiendo y tú, vagabundeando, mirando todo aquello que yo no puedo ver, por sopenca. Yo ya sabía de qué calaña era, me bastaron tres episodios para saberlo. Yo también lo sabía -casi desde el principio- pero jugué a ser marioneta, pensé que así, quizás no perecería en el abandono. No fue así, ya lo vez, no existe copiadora alguna que te reproduzca entero. Nada más alejado de tí, yo lo sé, nada más ajeno a tu personaje, también lo sé. Pero siempre -como lo dije antes- el amor es uno aunque la superposición no funcione.
Quise pensar que sería de tal modo y que así sellaría el pasado de una vez, pero hay fugas de fluído mítico en nuestra no-historia actual. Esas fugas que no puedo detener y que ningún plomero puede reparar. Por eso, para no perecer ahogada me volví líquida, cambié mis cadenas de carbono elementales y transformé ese treinta por ciento de materia sólida en agua. Así logré sobrevivir al Mediterráneo.
No hay cenizas ¿Te das cuenta? El fuego se ahoga en el agua...
Y aun querré que sigas hilvanando esas frases de tu memoria. A tus veinte, nuevo y verosímil...

Closing Time

Se me viene a la mente una bonita canción que tenía ese nombre. Un bonito video también tenía, lástima que no me acuerdo el nombre del grupo -sería un one hit wonder-. Me cito a mí misma en el siguiente posteo que versa así:

Toque de queda (Closing Time)
Creo que es justamente el punto de partida de la ficción. Es un espacio, aparentemente muerto, un tiempo asesinado, robado al momento histórico. Sin embargo, entre estas nociones de atemoporalidad que proponen un tiempo muerto, empieza toda una ebullición de partidas y llegadas. Entre dos espacios, entre dos tiempos suspendidos está el toque de queda. Que, por cierto, no se queda en ninguna parte, y que existe únicamente en el plano de la ficción. El toque de queda es puramente anticipatorio, en él no pasa nada, pero pasa todo, desde un nivel narrativo-ficcional. Es el punto mismo y origen exacto de la creación. De allí nacen los hot spots. Y es una analogía de la leyenda, el principio y el final, el texto extraído, el entrelíneas, el pie de página y el prólogo, todos con cualidad anticipatoria a una realidad desconocida. La leyenda -como proceso carnavalesco- sugiere una apropiación de lo suspenso, de lo inmóvil. Y dentro de este ir y venir de acciones re creadas, entonces aparecen las creaciones tan fidedignas que construyen nuevos sujetos fictíceos. Personajes que conviven dentro del relato de la leyenda, y que igualmente, se anticipan a sus contrincantes, los pertenecientes a ese plano real que cada vez más se entremezcla dentro del agujero negro, el toque de queda.
Considero estar dentro de un hotspot transitorio, como todo buen hot spot debe ser. Una idea construida a partir de figuraciones históricas, debe tener, en cierto sentido, una presencia histriónica. Ser una representación colocable dentro de un plató. Es decir, qué es lo que puede ser o no exhibible, en qué momento la suma de representaciones de la cotidianidad se anticipan a un escenario conocido. Uno puede estar en constante deconstrucción, dentro del espacio de ficción que ha creado -naturalmente- a través de la palabra. Puesto que la palabra, narrativamente hablando, es per se, un escenario, es una representación y a la vez es la obra completa. Obra que se multiplica infinitamente y que tiene la capacidad de la ubicuidad. Por ello puede llegar antes de los hechos, puede existir dentro de su pieza de teatro, mucho antes de que los acontecimientos se sucedan. Un anticiparse constante a la realidad. De ahí que la cualidad más importante de la ficción es ser siempre anticipatoria. Puede ser fidedigna o no, pero en tal caso, se anticipa a sí misma, al producto final, que obviamente, gracias a la suma de representaciones, se convertirá en un nuevo texto. Es así como las narrativas están en costante mutación y todos somos parte de ello.

martes, septiembre 05, 2006

Ya cállate Milanés

-A la Jenny Pontón ya se le nota la edad.
-¡Qué! ¿Qué es lo que dices?
-Que a la man ya se le notan los añitos. Ya debe tener unos treinta y cuatro.
-No puede ser ¿Treinta y cuatro? Como vos.
-Claro, o sea la man sigue siendo buena. Pero el otro día le ví, su cara es ya de una mujer mayor.
-Yo le había visto hace un año, sólo le vi más gorda.
-Claro, está con un culazo... A ustedes las mujeres les juega mal el tiempo, yo como hombre tengo todavía de largo...
-Silencio meditabundo de mi parte-
-... A y por cierto, qué te pasó en la cara, por qué tantas espinillas. ¿Comiste mucho aguacate?

Y además hay que luchar con los estrógenos y la progesterona. Sé que no debía haberme comido esa empanada de hojaldre rebosante de mantequilla ni esas papas fritas llenas de aceite el cocinero. Igual, la presentación del libro fue lucha perdida, fue un vano proyecto de bandereo.

-Sabes, la última vez que vine acá hace siete meses, conseguí novio.
-Creo que nos vamos a aburrir, mejor sentémonos atras.
-Mmm, puede que sí, pero escuchemos que dicen el Alexei Páez y el X. Andrade -gesto de esconder esperanza aromatizada-.

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Las últimas palabras desde la ventana fueron: Desviamos el curso de la historia. A dónde iba Carlitos, antes del griterío ese. A ver a su chica, por supuesto. Pero conseguimos añadir un hecho gratuito a su progresión cotidiana: Nosotros. Así todo coincidía, la omisión de actos supuestamente imprescindibles en la trayectoria histórica del Ecuador, producirían muy sutiles mutaciones sociales, saltos imperceptibles de la progresión témporo-espacial. Lo mismo que pasó con Carlitos cuando se vió obligado a subir al departamento desde donde ese par de locos le gritaban durante varios segundos.

-Vamos a la Flacso, hay el lanzamiento de un libro sobre los esquemas de poder en las cárceles y la problemática de la droga.
-¡Qué bien! Yo justo quería ir a eso.
-Vamos.
Carlitos: Yo tengo que toparme con ella en el Ocho y Medio.
-Bueno, ya nos vemos el día de tu concierto...

Novelita por entregas

Ubaldo
Conozcan a Ubaldo, un pequeño hombresito de un metro cincuenta. Treintón pero acabado para su edad. Medio calvo, medio gordo, medio tímido, medio negro. Medio. Su mamá murió hace tres semanas; desde entonces Ubaldo come en la picantería de la esquina y tiene acidez todas las noches. Sí, Ubaldo vivía con su mamá, una señora muy religiosa que iba a misa religiosamente todos los días a las siete y aveces le llevaba a Ubaldo, aunque él, nunca quería ir. Por éste y otros motivos, Ubaldo se sintió descarado e hipócrita cuando lloraba y suplicaba al santísimo sacramento por el alma de su madre, el día que ella pasó a mejor vida. Su madre murió a causa de un aneurisma. ¿Qué es un aneurisma? Es una especie de inflamación de una arteria, la cual debido a su extrema dilatación puede explotar y producir un derrame, que dependiendo de su localización, puede ser mortal. El derrame de la mamá de Ubaldo fue mortal -según Ubaldo-.
Ubaldo no es tonto, es lento. Por eso no cayó en cuenta de que su mamá había muerto cinco horas antes y pensó que ese rictus era exceso de sueño. Llamó al médico y éste le informó que si llamaba enseguida, a lo mejor habrían podido hacer algo por ella. ¡Oh, cuán devastador fue esto para el pobre Ubaldo! Creyó que se culparía por ello toda la vida, pensó que el complejo de culpa le perseguiría hasta su muerte... En fin, se dio por vencido y fue a rezar, en primera instancia por su alma atormentada. Al día siguiente Dios le había hecho el milagro, Ubaldo había perdido la culpa y se puede decir que estaba algo contento. Todavía quedaba un pedazo de torta de zanahoria.
Aunque le dieron un día de licencia por la muerte de su madre, Ubaldo prefirió irse a trabajar porque él no era un amargado, a su saber. Al llegar por la mañana a su cubículo, tenía una fila de trámites por revisar y sellar. Ay que tedio el de Ubaldo, y todo por haber dejado acumular esa papelería durante tres días. Sin embargo, no le quedaba más que despachar y despachar, todo el día sin cesar hasta las cinco de la tarde. Faltó decir que esa mañana recibió más saludos y palmadas que de costumbre, hasta una esquelita de mi sentido pésame que guardó junto con sus demás recuerditos, la mayoría de ellos, tarjetas plásticas de los noventas. Retomando la historia, a las cinco de la tarde en punto se levantó de su asiento y dejó casi la misma cantidad de papeles que tenía esa mañana. Ello se debía a que su colega Maye, había pedido el día libre y sus trámites le fueron endosados. Refunfuñó emitiendo una frase vaga, y se fue a su casa.
Al subir por las gradas de cemento que conducían a su piso, pudo divisar en la terraza unas ropas de su madre colgadas en el tendedero. Sintió angustia de no saber qué hacer con esa ropa. No quería toparlas. Se hizo el loco y el alivio vino con una sensación intuitiva de que pronto vendría la solución a sus problemas, sin tener que esforzarse mucho. Por eso Ubaldo era feliz de vez en cuando. Dado que su estómago se había resentido en esos tres días de cambio alimenticio, le urgía cuanto antes entrar y desfogar. Ubaldo tenía una fijación con este momento digestivo, fijación que sería satisfecha ese día, cómo no.
Tras haber descargado el almuerzo de la picantería, Ubaldo procedió a realizar el mismo acto que durante veinte años venía repitiendo sin éxito: Buscar cuicas en sus heces. Así que, una vez más, después de la concerniente limpieza, se dió vuelta y se agachó para ver su creación. Allí estaba, flotante y descarada. Ubaldo creyó ver -como cientos de veces - que algo se movía, tomó un palito que tenía listo para estos casos y empezó a despedazar el mojón. Cuánta satisfacción había en la cara de Ubaldo, esta era la primera vez que conocería sus cuicas en persona. Tuvo nervios y por primera vez en su vida, asco. Sin embargo no dejó que estos sentimientos le paralicen y continuó con su misión.
Al fin, tras dos minutos de limpieza, pudo sacar del escusado un blanco gusanito retorciéndose sobre el palo. Ubaldo lo miró fijamente y sin inmutarse descubrió que el gusanito aquel tenía ojos o algo similar. Ubaldo desde ese día está convencido de que la cuica que salió de su estómago, le reconoció...

Quisiera ser alcohol



Prefiero la gelidez al baile griego. La parquedad a la jarana malediciente. La resequedad de un almuerzo familiar a la humedadad de una merienda de negros. Prefiero tu familia que se mira apenas con gesto retardado, que las doscientas palabras por segundo que podría recolectar en la desaparición de las llaves del auto de mi padre.
Por eso, María Belén querida, vete con los tuyos y no des justificaciones anhelantes a esta matanza. Y si aun no te convences, vete a Sicilia o mejor a Estambul, y allí grita todo lo que puedas en las calles, que nadie te verá mal. Así te burlarás de tu mamá escandinava y te tostarás la piel. O mejor, vete a Guayaquil y así gastas menos plata. Aunque no sé si allá puedas armar escándalos callejeros, que alguien me lo aclare por favor.

domingo, septiembre 03, 2006

Yo también cito, textualmente

No le tomo en serio a la poesía porque me asusta. No quiero sucumbir a ella y dejar de lado toda razón y entregarme al hedonismo. Yo sé que la poesía no se trata de eso, sé que es amable y que incluso lloraría con uno. Sé que las palabras funcionan mejor de una manera menos rígida. Sé que lo impostado de ciertas narrativas está al descubierto cuando por ejemplo viene Vallejo (César) y dice lo mismo en tres frases. Pero hoy por hoy es demasiado sincera y poco condescendiente con una farsante como yo. Incluso conviene tanto al ensayista que odia citar y citar a otros intelectos, pero le toca. Porque para que te tomen en serio en la prosa, hay que citar. Hay que mostrar y demostrar que tienes cientos de referentes literarios, y además sonar verosímil en esa pequeña erudición. A la poesía en cambio le vale un carajo, si pronuncia alguna vez un nombre, lo hará en forma de homenaje, nada más.
Pero debo saber que la poesía es lo más serio que existe en este mundo, lo más serio y lo más sincero que se puede encontrar dentro del caudal de palabras. Sin embargo, no creo en la autonomía y prefiero estar gobernada por la mentira. Porque en la tiranía me siento más cómoda, hago menos esfuerzo y poco importa quien sea ya. Así que, me engaño todos los días y me visto de colores que detesto, leo narrativa a más no poder, y me baño pasando un día, para olvidar lo que leí el día anterior. Así, guardo mis memorias por un solo día, en el que aprendo tanto que ya no me es necesario nada más que la limpidez de la poesía, para acurrucarme y hacerme dormir placenteramente. Luego, antes de que la verdad se revele ante mis ojos, en el amanecer sincero y transparente, lavo todo rastro de poesía que no haya muerto con los sueños, y me levanto cual si nada hubiera pasado, a vivir ese día a día con sintaxis y concordancia propias de una crónica de periódico.
Así logro sobrevivir la jornada diaria, sin llorar a cada paso, escondiendo las letras de una palabra que quiere sobresalir de mi mochila, e impidiendo formar un hexagrama que quiere salir corriendo frente a mí y gritarle al mundo entero que esa que está ahí parada, luchando por esconder las palabras, es una embustera. Una farsante que siempre quiere acomodar esas palabritas para que tengan un sabor artificial, agradable y adaptable. La poesía no me lo perdona nunca, por más que yo le explico cada vez por qué lo hago. Por eso siempre intentará hacer lo mismo, y cada que puede, me delata frente a la gente que termina descubriendo quien soy en realidad...
Lisa Bravo, El no deseo, Poema 23

The real world

-Es que soy un embustero.
-Pero eso no te justifica, yo también miento bastante.
-No, es que no es lo mismo. Yo soy un embustero y siempre lo he sido.
-Mmm... En tal caso, no se te nota.

Esos eran Jóse (sí, con acento en la o) y José. De José no sé nada más, salvo lo que él mismo ha contado en las tertulias guitarreras. De Jóse, sé mucho más, pero ella me prohibió hablarlo en público. Sin embargo, ya que un varón siempre traiciona los secretos de las mujeres pues pondré a consideración sus intimidades. Esa chica era una mentirosa de profesión. En un principio empezó mintiendo por miedo, en la niñez. Lo hizo desde un episodio traumático que tuvo que ocultárselo a su madre. Luego, aprendió poco a poco los beneficios que produce la sutil manipulación de la realidad. Esta arte la adquirió muy pequeña aún, a los ocho. Un día se había robado plata de su abuela, la cual empezó a inquirir a todos los nietos, pues eran los únicos que habían estado en su habitación el momento de la desaparición. Todas las pesquisas apuntaban a Jóse, pero ella, viéndose acorralada, no tuvo más que inventar en ese momento una reacción conmovedora y creíble: Se puso a llorar y se indignó a causa de la desconfianza de su abuela, jurando jamás volver a esa casa. Le salió bien, todos le creyeron, y desde entonces no ha dejado de usar esa artimaña, perfeccionada con el pasar de los años.


Ya en la pubertad, pues las mentiras oportunistas estaba a la orden del día. A causa de la oposición natural que tienen los padres a vernos felices en la adolescencia, ella pudo desarrollar aún más su habilidad para mentir. Y así logró hacer lo que quiso, y cuando se le preguntaba si algún día diría la verdad -pues mucha gente ya empezaba a notar su maña- ella se ofendía. Y digo maña pues por estas épocas, su habilidad se había convertido en adicción. Mentía por gusto y siempre era la virgen que se había caído del caballo. Pobre ella, estaba en realidad convenciéndose de que era buena.
Con el paso de los años su esfera de mentiras era tan grande y tan bien articulada que ya competía con el mundo y su orden natural. La línea falsa paralela a su vida, dejó de ser falsa y paralela: Se convirtió en la gobernadora oficial de su historia. Historia por demás exacta y redonda, absolutamente verosímil. Y aquí viene la apología de la farsa: Mientras más era testigo de su don para construir mundos (pues si le daba la gana, habría podido construir cinco), más empecé a darle la razón y a admirarla. Ella era única. Había descubierto que la honestidad te beneficia solo en el plano de la estupidez, que la transparencia te vuelve gacela de cualquier sopenco, y que darte a conocer tal cual eres te volvería un loser tarde o temprano. Ella siempre lo supo y así lo logró todo, hasta la felicidad.
A veces pienso que no mentía, sino que simplemente transformaba a su antojo lo que no le agradaba. Algo tan obvio, natural y por demás justificable. Jóse era una creadora fantástica, modernista y sin poses. Y aunque no quería ningún crédito por su obra y siempre prefirió el anonimato, algunas veces -en segundos de descuido- la delataba esa pose soberbia, orgullosa de su potestad divina. Había una sola persona en esta ciudad que conocía sus artimañas sin mucho esfuerzo. Una sola. Era una supuesta amiga suya que desarticuló la lógica de sus construcciones, y por eso Jóse la odiaba, en silencio claro, y le desaba lo peor, aunque en sus cartas le decía que le quería mucho y que era su mejor amiga. Por supuesto, aquella amiga sabía que era tarea casi imposible y titánica desmentirla frente al universo de amistades que Jóse, con su encanto, engatusaba. Así que los esfuerzos de Jóse por anularla, rindieron sus frutos. La chica se retiró para siempre de la vida pública, y nadie la ha vuelto a ver nunca más desde entonces.
Por lo demás era obvio que la selección natural proveía de herramientas intelectivas a los más desafortunados físicamente. Realmente hay que esforzarse más cuando se es fea y/o gorda y ella lo sabía bien, así que supo aprovechar de sus otras habilidades, bien conocidas ya por ustedes, estimados lectores. Más que la capa de pintura que se echaba encima, lo que nos atraía a todos es que ella -en su mundo de fantasía- se creía bella. Porque en la tapiñada realidad, su espejo le decía lo contrario todos los días. Por eso odiaba a las mujeres bonitas, aunque curiosamente algunas de sus amigas más cercanas eran bastante bonitas. Bastante. Tanto así que varias eran modelos. Yo al principio me confundía con esta paradoja, no entendía cómo, dentro de su aversión a la belleza ajena, ella podía estar cerca de estas mujeres. Dicho sea de paso, se notaba a leguas que les envidiaba. Este era un acertijo que no lograba resolver, hasta que un día vino la respuesta a mí en una de sus concurridas reuniones. Ella era un vampiro chupasangre, más bien chupabelleza. Algo así como un organismo oportunista que se aprovechaba del metabolismo superior de otro ser, no para sobrevivir, sino para gobernar desde adentro sin que nadie lo note. Era una tenia, un perfecto platelminto intestinal.
Así mi admiración y mis justificaciones frente a su desalmada desfachatez crecían con el tiempo. Yo sabía todo de ella, por su propia boca y por conjeturas mías... por supuesto, no infundadas. Jóse, como todo buen timador, debía tener un punto flaco que en esas épocas pensé que era yo. Creí que ella necesitaba tener un confidente pues no podía sola con tanta mentira. Pero me equivoqué señores, nada más lejos de la verdad. Yo no existía en realidad, ella me había borrado de su archivo a exhibir. En su mundo creado no constaba yo en lo absoluto, es más, ella me había convertido en otra persona y había asesinado mi yo. Y lo digo de verdad. Luego me enteré que, aprovechando que yo me había ido a vivir en Lituania, ella había inventado un fatal accidente en donde yo, junto con un chino y un albanés, habíamos muerto aparatosamente. Por supuesto, nunca se había hallado mi cuerpo. Y así me borró de su msn, de sus contactos de hotmail, de su celular, de su agenda, de sus álbumes de fotos, de su retina y de las retinas y mentes del resto de gente que conocíamos en común, y aún de los que no.
Desde ahí señores estoy muerto y camino por las calles de Vilna. Para no aburrirme visito a Vytautas el grande, de vez en cuando...

viernes, septiembre 01, 2006

No te lo creo, no me engañas.

Acabo de tomarme un antihistamínico. Soy la encarnación del arquetípico fenotipo nerd: Cegatona, alérgica, flaca que si no come dulces o chatarra se vuelve anoréxica. Un ejemplo: Hace un año quizás me fui de farra al Blues, una discoteca reeditada. Un tipo que ya conocía de vista en la universidad se me acercó. Conversamos un par de horas hasta que llegamos al punto. Él me dijo que yo era una nerd y que podía comprobármelo. Pidió ver mi mochila, que para entonces ya era muestra suficiente de mi ñoñez (nadie sale a farrear con mochila, es decir ninguna chica fashion, a girlie girl). Rebuscó un poco y sacó un reluciente librito de Anagrama, el cual podía haber sido de Auster, de Pitol o de Vila Matas, no lo recuerdo bien. Ese era el cuerpo del delito. Yo era para él una nerd consagrada que salía a farrear con un libro, por si acaso me aburría, ya que tenía el chance de irme al baño a leerlo sobre el escusado. Él aseguraba que yo no era para nada atrevida y que siempre me había visto así. ¿Qué? ¿Una nerd? Yo no podía creerlo, no entendía cómo él me veía de esa manera, si hasta hace poco mucha gente me creía una zafada, una simple desfachatada. Los lentes no fallan amigos. Aunque el epíteto de intelectual es el que en realidad me persigue. Ja ja, imagínense a esos tipos creyéndose seductores al decirme que mi facha intelectual es sexy y que los lentes me quedan bien... Sin comentarios. (Eso me recuerda a un regetón que está de moda)
Como sea, ser intelectual no necesariamente implica ser un nerd. Se puede ser un "intelectual dañado" a lo Bukowski, a lo Lowry o a lo beat. O también una "intelectual dañada" a lo Marguerite Duras o a lo Anais Nin (Digo, la una por borracha y la otra por follona incestuosa). Es más, creo que todo intelectual es o está siempre medio dañando. Yo no soy ni intelectual ni dañada, me falta mucho aún para llegar a alcanzar alguno de esos atriles. Pero en aquellos días yo era la obviedad estética andante, para el tipo de la discoteca era la nerd que no se hallaba en una farra dañada y para los conquistadores burdos era una sexy intelectual. Ay por favor.
Siguiendo el relato, esa noche el descubridor de mi ñoñez, que de paso se calificó a sí mismo de nerd -era de los míos, según él- me sorprendió como nadie lo había hecho en ninguna discoteca. Exagero un poco, yo en esa época solo visitaba esa discoteca. En fin, el tipo realmente me sorprendió, sacó de su mochila -sí, él también farreaba con mochila- una botellita, un tubito de ensayo relleno de un polvito blanco, por lo demás ingenuo y pulcro. Ya saben, la blancura pura.
Yo no daba crédito a lo que mis ojos veían, no podía creer que ese nerd (yo siempre lo había visto así) era un periquero. Discúlpenme por favor por ser una prejuiciosa. Pero aún con esa cara de bobo, esa suavidad al hablar y esos lentes pasados de moda, él insistía en que llevaba dos años de jalón de farra y de jalón solitario incluso. Yo me decía para mis adentros ¡Ni yo! Qué le pasa a éste, está confundido, acaba de comprar esa perica para hacerse el bacán frente a mí o qué.
Nada de eso. Al final de la noche comprobé que yo era una nerd y que él si era un dañado. Quise comprobar lo contrario pero no pude, ni modo.
No voy a contar lo que pasó durante las siguientes tres horas. Olvídenlo.