Ídolo

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Morrissey

lunes, julio 09, 2007

Ese ya es otro tema
Poder reír entre desconocidos es una gran satisfacción. Llegar como un pequeño inserto a la vida en conjunto de un grupo de gente es ventajoso y a la vez, extraño. La ventaja de ser nuevo. La extrañeza de hallarse descontextualizado, y que en unos pocos minutos se deba adaptar la analogía coyuntural de toda una existencia. Por más de que sean unas pocas horas frente a una chimenea, bebiendo, comiendo, riendo… Hay algo que siempre deberá calzar perfectamente para que los espacios vacíos no lleguen a incomodar.


Acepté una invitación el sábado con unos perfectos desconocidos. Para mí no fue algo traído de los cabellos, tomando en cuenta que por lo menos conocía su origen. No es difícil saber en esta ciudad con quién se está tratando. Además de que, de alguna manera, siempre nos relacionaremos con la misma gente y estaremos conectados socialmente sin planificarlo. Y así fue que al pasar las horas, quizás el alcohol y mi buena disposición (esto es imprescindible, no es por hacerme la bacán) hicieran que las cosas se sucedan como si nos conociéramos desde tiempo atrás. Descalzos todos, topándonos los pies y jugando con ellos sin ninguna vergüenza. Burlándonos de las medias y sus colores. (Cuando se llega a ese punto de confianza, es cuando las conversaciones adquieren cierta complicidad)

Las conversaciones no las recuerdo, recuerdo la noche y las risas. Los chistes colectivos y los sobrenombres. Todos desparramados en el piso escarbando vidas ajenas dentro de un cajón lleno de fotos viejas. Mirando escenas desconocidas, inventando historias a esas imágenes. De repente, un hombre con barba y bigote que se había suicidado... junto a él, una mujer sentada como si fuera una fotografía del siglo diecinueve. De esa y tantas otras más que fueron cosiendo la vida de un hombre guardada en aquellos instantes paralizados. Ese hombre que ya había muerto –de la manera más extraña y fulminante-, era el padre del dueño de la casa.

Recuerdo estar oyendo música estupenda y haber reconocido una canción de la Sonora Matancera que alguien puso. Me encantó poder confesar que adoro la Sonora Matancera. También las últimas horas de madrugada, antes de que la noche muera, cuando inevitablemente –y debido a la escasez de mujeres- terminé como es usual, siendo la única mujer. Y entonces, la confesión: “La verdad nos sorprendió que hayas aceptado venir hoy con nosotros, pues recién nos conocías”. Increíble, entonces lo escuché. Supo venir esa frase en el momento adecuado. Ni modo, siempre las convenciones y las maneras sociales adquiridas serán más fuertes.

Sin embargo, eso no mató nada. No hubo cadáveres esa noche ni esa madrugada. El verdadero asesinato viene con el amanecer… pero ese ya es otro tema.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Historia con continuación?.... ojala!!!!!!!!

Dalila dijo...

Todas las historias tienen continuación.
Otra cosa es que se las cuente o no.

Anónimo dijo...

¿La moraleja vendría a ser que una vez que tu imagen se plasma en una foto tu historia deja de pertenecerte? Lo sé, no tiene que haber necesariamente una moraleja, pero me pareció una metáfora medio chévere. Y como buen voyeurista me quedé pensando en tus pies desnudos.

Unknown dijo...

esa historia esta buena para ambientarla con vino!

Dalila dijo...

Hiscariotte:

No todas las historias tienen moraleja, es cierto. Hay muchas historias inmorales...


Ludovico,

Por supuesto que el vino no faltó.