Ídolo

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Morrissey

viernes, mayo 30, 2008

La Mariposa y la Escafandra






El desfase entre el audio y la imagen. Lo entiendo perfectamente. Siempre supe que había algo hermoso en el aliento final. Entonces la caída libre en el túnel parece menos vertiginosa y las mariposas en el estómago siguen siendo eso. Mariposas. Nunca se llegan a convertir en piedras sepultureras. Jean Dominique Bauby en sus últimos minutos es más bello que nunca. Su liberación será su final.

La escafandra dejará escapar azules, naranjas, verdes. Y el verbo dejará de ser carne, sólo entonces. Pero Jean Dominique permaneció verbo siempre. Fue solo palabra. Sin cuerpo. Fue nadie cegando al cíclope. ¿Se puede reverdecer dentro de un agujero? Sin aire. Sin reflejos. Sin miembros. Sin tronco. Sin lengua. Dejando escapar litros de saliva que serán limpiados por la enfermera de turno.

Locked in. Encerrado en sí mismo. El peor encierro de todos. Jean Dominique únicamente puede mover su ojo izquierdo pero su conciencia está intacta. Un ataque cardiovascular lo dejó eliminado del mundo material. Se convirtió en una ánima engullidora de palabras. Una autofagia de ventana parpadeante.

Esa vida maravillosa, el éxito y la felicidad perentorios de repente alimentando sondas y sueros. El único aliento traqueotómico sin reflejo. Ni la voluntad vegetativa sobrevivió a la impavidez de lo fortuito. Y esta vez, la literalidad más lacerante que nunca: la parálisis de la acción es motriz. Es cuando el estatismo visceral y orgánico se ha destilado en la inacción más pura y etimológica. La impotencia frente a la omnipotencia del designio. La inercia aparente del objeto-cascarón. Vacuo. Inservible. Y la vida afuera. La vida adentro y afuera. Pero no en el medio. Un ánima viviendo en un mundo inanimado cuyo único motor es la memoria y la imaginación.


Es una gran lección de sensibilidad la última película de Julian Schnabel. Producto de una propuesta que va mas allá de lo evidente y partiendo de una premisa forzosamente real, Schnabel muestra una vez más su visión plástica del ser humano y del mundo que le rodea. La belleza pura recreada a través de la ficción y los artilugios del cine -como el manejo de la imagen y el diseño de audio- han sido una constante en la propuesta cinematográfica de este cineasta, que además –casi obvio- es un gran pintor.

Intuyo que la premisa de la que parte Schnabel es el travestimiento real de la muerte. Pasar de aquello funesto y doloroso a un maquillaje naturalista más colorido y encantador. La muerte y el dolor de la agonía, frente a nuestro ojos, no será más aquello que espanta sino una experiencia poética pura y simple. Schnabel le quita el peso al dolor, le quita lo metafísico a la agonía, lo descolorido a la enfermedad, lo angustiosamente desconocido al respiro final. Él transforma todo eso en una experiencia familiar y nos acerca al deceso del personaje como si de agua cristalina se tratase. Pero detrás de tal simpleza aparente, hay todo un tratado estético, conceptual y moral.

A leguas se nota que las intenciones del director de las igualmente bellas Basquiat y Antes que Anochezca eran las de tergiversar la experiencia del ensimismamiento, de la angustiante cárcel corporal, y más que sonar esperanzador o moralizante, hacer un ejercicio de ficción a partir de un cúmulo de sensaciones. Transformar esos únicos dos sentidos inalterados –la vista y el oído- en recursos cinematográficos basados en lo orgánico y lo sensorial. Lo hermoso y platónico que existe en la recreación de la realidad a partir de la aprehensión propia.


Schnabel es un gran retratista y como todo buen retratista, nunca duda en poner algo de sí mismo en aquello que retrata. Porque no sólo capta el espíritu de Beauby sino que lo reinterpreta a su manera y lo redecora –si se puede decir así- ficticiamente, aún logrado su cometido: la mutación. Quizás con ello alude y hace una analogía con el título de la novela escrita por Jean Dominique Bauby durante su estadía en el hospital, postrado, pero con su mente intacta. La Escafandra y la Mariposa no sólo habla de un espíritu reverdeciendo dentro de una coraza inerte, sino del cambio, la transformación. Esa metamorfosis que Schnabel forja al convertir el dolor, la impotencia y la desesperación en su antípoda.

Jean Dominique existió y murió hace una década dejando un documento insólito, la novela del mismo nombre que impacta más que por su contenido, por la manera en la que fue escrita: con un sistema diseñado por una ortofonista en el que debía parpadear mientras alguien deletreaba para poco a poco ir armando una palabra. Para el mundo, Bauby fue sinónimo de éxito, ego y felicidad. Vivía en la cima y, siendo director de la revista ELLE, era casi omnipotente. Hasta que la vida y sus azares hicieran que se engullera a sí mismo. Entonces decidió que aún podía vivir dentro de su escafandra y que su mente sería la mariposa que lo liberaría de su cárcel. Según algunos capítulos que he podido leer de su novela, Bauby mantuvo casi intacto su ánimo y su fortaleza interior, aún postrado y atrapado en sí mismo. Increíble.


Sin embargo, lo que importa de la película de Schnabel no es si captó o no el espíritu original de la novela sino aquello que construyó a partir de una experiencia extrema. Gracias a su agudeza visual y su talento plástico logra hacer desaparecer quizás lo más terrible de la experiencia de la muerte: el miedo metafísico. Pero ese es otro tema. En fin, La Mariposa y la Escafandra, una película altamente recomendable.

jueves, mayo 22, 2008

De documentales e insecticidas

I
Hoy mi cuerpo se inundó de piretrinas y no quiero regresar a mi cama. De repente los silencios son necesarios. Hoy más que nunca. Por mi cama pasa un río… y es que yo no duermo bien de noche… se me ocurren tantas cosas…

II
Los EDOC acabaron y me quedo con grandes documentales paseando por mi cabeza. Por supuesto, el que más morbo histórico me produjo fue Stranded, un filme acerca de la tragedia y los sobrevivientes de aquel célebre accidente aéreo ocurrido en los setentas, con los chicos de un equipo de rugby uruguayo. Sí, aquel en el que tuvieron que practicar antropofagia… -simplemente me recuerda a mi infancia y la atracción truculenta-. En un lenguaje claro y directo, usando elementos dramatizados y con un tino marcado por la familiaridad y el afecto (el director es amigo íntimo de los sobrevivientes) Stranded no se queda en el intimismo y, sin concesiones, toca la llaga, desenreda el relato amarillista y lo convierte en un Thriller bien logrado que mantiene al espectador inmóvil. Pero -de repente- el morbo se vuelve frágil y se libera del nivel anecdótico, sobrepasando el simple shock mediático y retornando a lo que es: una historia extraordinaria humanizada. Y sin embargo, el triunfo del espíritu sobre la carne no puede evitar causar lecciones moralizantes. Y eso no está mal porque se llama esperanza.


Luego está El tigre de papel, documental acerca de un personaje mítico surgido de los hilos olímpicos de los cincuentas, sesentas y setentas colombianos. Pedro Manrique Figueroa. Un artista plástico precursor del collage, militante de izquierda, hippie bohemio, sabio callejero. Un hombre que tenía la capacidad de ubicuidad y que un día -de repente- desapareció sin dejar pista. Excelente narración que hace un buen uso de elementos visuales plásticos y desarrolla un planteamiento estético muy bien logrado, el cual, sin embargo, no engulle la trama. El tigre… es un documental eminentemente argumental que reconstruye polifónicamente la anatomía espiritual de un mito. Uno de esos hombres que se van dibujando del recuerdo de los otros. Un gran documental de retrato.

Por último me referiré a Septiembres, el documental entrañable por antonomasia. Ésta es una realización española que se sucede en una cárcel del país ibérico, en donde cada septiembre se celebra un concurso de canto. Esto es simplemente el pretexto para tender historias personales que no obstante, pese al nivel de intimidad tocado, no llegan a escrutar en demasía. Por este motivo no ponen en evidencia el lado oscuro de la condición humana, si no por el contrario, vivifican ese nuevo altruismo germinado en el cautiverio. El nacimiento de la post-bondad. Y qué más noble que aquello que gira alrededor del amor y la salvación. Este es un filme cuyo tema principal es la redención y la esperanza. El poder redentor del amor. La única escapatoria al hastío de las cuatro paredes. A esa nada trombótica. Irrigación salvadora. Y no se aceptan refutaciones porque esa no es la médula del filme… ese ya sería otro documental.

III
Empieza el ciclo de Leonardo Favio que, para el que no lo sepa, también es cineasta, incluso antes de triunfar en la música. De él sólo sé que hace algo así como el anti-cine. Pura intuición desarrollada en su narrativa cinematográfica. El triunfo de la lógica de la no-razón. Su música también tiene mucho de eso. Habrá que ver algunas de sus películas para dar más detalles al respecto. Es desde ayer en el cine de la Casa de la Cultura, para los que quieran ir. A las siete.

IV
Invasión de pulgas y piretrinas como para matar a una vaca. Vamos a ver como resulta el mapa nocturno de constelaciones en mis piernas…

lunes, mayo 12, 2008

Banda Sonora

Cuanto esperé lo que nunca llegó… que me pregunto en silencio si es que algo faltó... Uno de mis primeros recuerdos es la cara setentera de Camilo Sesto. Un cuerpo magro, esbelto, cubierto de poliéster, semiacostado en algún jardín, cerca de una pileta. Camilo flaco, pelilargo, con una belleza femenina, algo gay. Qué más da. La portada de uno de los discos que mis padres tenían regados en su departamento setentero de San Pedro Claver. Luego supe que muchos de mi generación nacimos por ese sector…

Pantalones de tiro insultante y bastas engullidoras de zapatos. Y qué zapatos. Los ochentas me llegaron rápido y cuando dejaron de tener sabor a setentas, yo ya estaba en la escuela. Camilo ya se maquillaba. O al menos así parecía. Pero la radio aún sostenía sus grandes baladas. Y las sigue aún pasando. Ya nadie canta así. Un registro que llega a las cuatro octavas -en perfecto falsete-. Letras populares, sí, pero inteligentes y muchas de ellas estilizadas, tomando en cuenta su género: la balada popular. Él componía la gran mayoría de sus canciones y escupía el alma al cantarlas. Hay videos en el U tube, por ejemplo una presentación en vivo de Getsemaní, la versión en español del tema del Jesuschrist Super Star, en donde al terminar de cantar está sudando y temblando. Magistral.


Camilo ya lo cantó todo, ya dijo todo lo que del amor tiene que decirse y su carrera pasó por diversas etapas tan marcadas en sus letras, las cuales hacían un paralelo entre la vida, la madurez y el amor. Primero, la ilusión, el desconocimiento y el sabor blando de lo nuevo. Segundo, las primeras complicaciones, el desarrollo de la fe. Tercero, el error del otro, la pérdida de la inocencia. Cuarto, la pérdida de la fe, el error de uno y el arrepentimiento. Quinto, el desencanto, la ansiedad y la avidez por la regeneración. Sexto, la libertad, o el anhelo de ella.

No quisiera poner como séptima etapa el retorno de Camilo a los escenarios porque sería ya un epílogo. Un eco. Pero este post no tiene como objetivo hacer un recuento de la vida artística de Camilo, ni un homenaje a él. Simplemente es autocomplacencia, porque es uno de los soundtracks de mi infancia y, definitivamente, no podía dejar de ir a su concierto de “despedida”. No sé si de la escena o de la vida, porque ha estado muy enfermo. Muchos dicen que por su estilo de vida. Alcohol y cocaína. Infaltable dupla en el mundo del arte. Nunca me dediqué a averiguar nada, por lo tanto no podría afirmar cosa alguna. Bueno, al parecer, después de un trasplante de hígado tiene motor para varios añitos más.

Fue en el Coliseo Rumiñahi, el sábado pasado. Cuando llegamos -fui con dos amigos y una amiga- la mayor parte de la gente ya estaba dentro. En su gran mayoría eran familias y lo que conocemos comúnmente como “señores”. Éramos los únicos de nuestro target, el cual no voy a perder tiempo en explicar porque no sabría cómo. Una vez allí, tratamos de corear todas las canciones tan dramática y amaneradamente como el caso lo ameritaba. Yo pedía inútilmente mis favoritas. Inútilmente porque estaba en general. Todo por nada, todo por nada. Y nada. Nunca cantó esa. Yo traté de justificar esa gran ausencia a que le sería imposible interpretarla. El coro exige demasiado vocalmente, compruébelo aquí y disfrute de su belleza ahora perdida.

Por suerte no pudimos ver a Camilo y sus cincuenta liftings de cerca, aunque las pantallas junto al escenario nos revelaron difusamente la verdad. Fuimos felices un par de horas, sin embargo fue algo triste el comprobar que la voz, la gran voz, ya no era la misma. Quedó reducida, a duras penas, a menos de dos octavas. Todas las canciones fueron interpretadas un tono más abajo y en las notas más altas, el pobre Camilo desviaba la atención haciendo cantar al público la parte que más le costaba cantar. Se despidió y salió una sola vez más. Yo me quedé quejándome de Todo por Nada y la falta de solidaridad del público. Salí sin mi canción.

Esa noche, nunca fue más apropiado cantar ‘la voz desnuda de la vida me cambió todo por nada…’

Les dejo la letra para que se depriman un poco, o se burlen de la balada visceral de los setentas. Como quieran.


Cuanto esperé
lo que nunca llegó,
una caricia
una frase de amor.

Como un regalo
llegaste a mí
y sin abrirlo siquiera
te perdí.


La voz desnuda de la vida
me cambió todo por nada
Se van los días
y en mis noches no hay calor
no tengo nada, nada.


Sólo una lágrima en mis ojos
que te buscan y tu ya no estás.

Todo te entregué
quizás por eso te perdí
y la vida me cambió todo por nada.

Tanto esperé
lo nunca llegó
que me pregunto en silencio
si es que algo faltó.


Fui como un niño
cuando da su amor
que solo espera cariño
nunca un adiós.


La voz desnuda de la vida
me cambió todo por nada
se van los días
y en mis noches no hay calor
no tengo nada.


La voz desnuda de la vida
me cambió todo por nada

miércoles, mayo 07, 2008

Otro

Cuanta pereza me da a veces la gente. Los miro con sus caras de nada, con sus vidas impasibles. Teniendo hijos. Pariendo una y otra vez. Juntándose unos con otros. Pagando cuentas y sonrisas. Siendo. Los miro una y otra vez y quiero participar del simulacro. Pero no puedo, porque no he ido adiestrada en las artes del buen vivir. No sé cómo se vive. No se vivir. Facturas hecho añicos en el cajón del velador. Deudas minúsculas de las que no hablo por temor al ridículo. Un delito idiota rondándome. Evadiendo impuestos igual de insignificantes. La cárcel. El miedo racional. O quizás yo esté mal y 500 dólares sí signifiquen mucho. Para mí sí.

Y cuando recuerdo a esos amigos que están fuera o a destiempo, no me consuelo. Porque no están en nada. Al igual que yo. Entonces nos vamos juntando entre desposeídos y formamos clanes apologéticos que casi convencen en su misión de ser la antítesis de la veracidad. Y aún así se sobreentiende que ser el otro, el antagonista, es una enmienda social erigida sobre la regularidad. La necesaria presencia del otro. Y sin embargo toda esa gente se rompe en cada esquina y ni siquiera lo sabe. Los que me aburren y los que no. Quizás unos más que otros. Pero de lo que si estoy segura es de que nadie se rompe tanto como yo. Y eso es arbitrario y engañoso, pero es.

Ser una eterna reconstrucción de algo más, no es agradable. Siempre se comete errores en la recomposición, a veces para bien, a veces para mal. Hoy no sé por ejemplo, si el dedo meñique izquierdo, en realidad pertenecía a mi mano derecha. Pero nadie lo ha notado hasta ahora porque todos están preocupados en poner cada cosa en su lugar. Nadie tiene tiempo para reparar en los pequeños errores de autenticidad. Te das cuenta de que existe la artificialidad cuando el artificio pasa por la conciencia. Mientras se es irresponsable, se es genuino.

Por eso tengo pereza ajena. Porque no encuentro más que cáscaras de huevo pretendiendo ser abono. Siguen reproduciéndose como huevos estériles. Y nadie sabe cómo lo hacen. Porque no hay plata. No hay comida. No hay sitio. No hay más calles. Habrá que hacer puentes elevados y engañar a Dios para que no nos castigue por nuestro atrevimiento. Pero aún la gente sigue juntándose y entonces aumenta el parque automotor. El sector inmobiliario reverdece. Y la ciudad se convierte en un fortín de torres ojivales. Gris y oscuro asfalto que dejó de atrapar rayos de sol.

lunes, mayo 05, 2008

Regresando a la llacta

He retornado de mis vacaciones en Perú. Muchas sorpresas. En vista de los últimos acontecimientos, creo que no tengo nada políticamente correcto que decir. Hoy más que nunca me he dado cuenta de que me aburren inconmensurablemente Quito y su tibia cultura andino-mestiza.

Llegar a Perú fue como ver bien trazado aquello que siempre estuvo borroso. No diré más. Hay cosas que valen la pena aceptar, como que Huáscar no fue el malo de la película ni Atahualpa el hijo favorito de Huayna Cápac… pequeñas ingenuidades que hacen más tragable a la nimiedad. ¡Ah, la insignificancia!

Ser insignificante no es malo. Es aburrido. Pero ventajoso, si se le quiere sacar partido en ciertas circunstancias. Un viaje, por ejemplo. Es entonces cuando las posibilidades de diversión se vuelven casi infinitas. Porque de repente te encuentras con algo más que la plaza central en un domingo después de misa.

Ahora leo un artículo de Jorge Izquierdo en la revista virtual Hermano Cerdo y me ha causado gracia la sentencia de William Burroughs, en la cual se refiere a nuestro pequeño y hermoso país: “Que Perú se apodere de él y lo civilice”. Mejor recomiendo que lean el artículo completo y saquen sus propias conclusiones.

Sin embargo, no puedo evitar la sensación de sentirme viviendo “en el lugar de paso”. Seremos los eternos viandantes, entonces. Es la primera vez que tengo esta sensación de “no estar en nada”, porque aunque conozco algunos países de Latinoamérica y otros cuantos de Europa, nunca experimenté sensación similar. ¿Su origen? Los ecos de haber pertenecido a un imperio que nos dio de largo, y el pensar erróneamente que somos culturas similares. Nada más fuera de foco que eso.

En Perú se notan los cimientos. Esos que nos faltan. Nuestros trazos son tímidos y dudosos. Nos sabemos quiénes somos y es debido a algo más que la herencia indígena. Nunca más saltó tanto a la vista la ecuación tamaño/idiosincracia. Somos un pueblo cabizbajo y ambiguo, se nota la diferencia. No quiero con esto declarar una verdad, posiblemente me equivoque desde mi visión de “turista”. Pero de lo que sí estoy segura es de nuestra inminente parsimonia. Ok, ya lo sabíamos, en fin, esto fue simplemente una comprobación de lo evidente…