Ídolo

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Morrissey

jueves, enero 29, 2009

Más errores para la damita y el caballero

Vicky Cristina Barcelona es un solo error. Pero no del tipo de error que es considerado como tal porque simplemente las posibilidades de ser son arbitrarias y excluyentes, y todo lo que no entre dentro de aquello está fuera. No, este es más bien el otro tipo de error. El que oficialmente no es error (como la existencia de Bush), porque exhibe la insultante estandarización del mundo. El horroroso promedio. Desde el principio – y para empezar los absurdos- en esta película la identidad catalana está borrada. Pero claro, eso no molestaría en demasía y además a quién en EEUU le importa saber que España se compone de distintas cuasi-naciones, por lo tanto este error de promedio intencional, no es una razón válida para la esfera cinematográfica mundial. Es un detallito nimio y sin importancia ¿no? Pero es molesto ver cómo, por ejemplo, la banda sonora es otro compendio de nada. De sonidos seudo-españolizados, un par de guitarreos, un flamenco desvaído y famélico que se convierte en música para planchar. Vaya y planche con la banda sonora, le irá bien de seguro. La música folclorizada sorprende al no entender cómo Woody Allen siendo músico, pudo falsear su sensibilidad, o no la tiene, o fue sin querer queriendo. Se supone que hay algunas composiciones de Isaac Albéniz pero creo que nunca sonaron peor o más descontextualizadas que ahora.


El Parc Güell



Luego está la Barcelona Express. Condensada en el Parc Güell, como si la ciudad entera girase en torno a la urbanización idealizada que diseñara Gaudí en pleno apogeo del modernismo. Pero igualmente, a quién le importa que en Barcelona la gente que vive ahí jamás se encuentre de casualidad en el Parc Güell, debido al clásico “pasaba por aquí de coincidencia”. Porque en ese parque nadie pasa de coincidencia –como parece en la película, cuando Bardem o Antonio, se encuentra con Vicky-. Hay que ir con conciencia y predisposición, ya que queda en la loma de la ciudad, es algo así como ir al parque Metropolitano –guardando las inmensas diferencias-. Pero la pobreza de creatividad o qué se yo, en la selección de las locaciones (distintos parajes del Parc Güell salen como tomas de paso “de la ciudad”, qué chistoso) no es lo más gratuito que tiene el filme. Ni siquiera el que la película parezca rodada en otra parte menos en Barcelona (por ahí lo máximo que logra verse es la Sagrada Familia, nunca vemos calles o plazas, ni las famosas ramblas, las que se ven son de cualquier ciudad sin identidad cultural clara). Eso no es lo peor. Lo más lastimoso y hasta vergonzoso es, y ojo con lo que voy a decir para que no se malinterprete: la “ingenua” construcción de la atmósfera de la película. Una descarada sosería que nada tiene que ver con la ridícula pero sincera asunción del exotismo del otro en el cine comercial hollywoodense. En ese cine en donde ser mexicano es exactamente lo mismo que ser cubano y a hasta español, en donde todos somos un híbrido de mangas con encajes naranjas, maracas y charros con bigotes. Un cine en donde todos somos mexicanos migrantes. En ese cine es perdonable y perfectamente admisible la floclorización romántica de las culturas latinas. Pero en Woody Allen deja mucho que desear.





Otra vez con ustedes, el Parc Guell


En sus manos guionizantes, España, la de ahora, no la de Franco en la que quizás ese arquetipo habría funcionado mejor, esa España primermundista a morir, en donde hay más viejos que jóvenes porque ya nadie cree en el amor, peor en el matrimonio, peor en la familia, esa España en Vicky Cristina Barcelona es una aldea campechana en donde la vida pasa lento, en donde todos están embriagados de Mediterráneo (entiéndase como un rasgo del carácter) y tienen el ánimo torero (léase como pronunciara un gringo). Allí, en ese bucólico paisaje, sus bucólicos personajes son el estereotipo de lo bárbaro. Un sospechoso subdesarrollo, en donde la sangre hirviente de la España y olé, dibuja personajes que pretenden ser personalidades. Gente que vive en un ambiente de extrema e infinita otredad. La idealización generalizada de una bohemia que no es tal, porque el mundo del artista y sus demás acompañantes (llámese ex-esposas locas) no termina de ser el anacrónico y desestructurado mundo del “creativo ser incomprendido por la sociedad”, sino que, en esta película, lo mismo artista que pastor, lo mismo pintor que comerciante. No se trata de la “ambientación” de la vida de un artista, se trata de una exotización nostálgica de una España que ya no existe, o que nunca existió. Una nueva estandarización cultural cocinada para el público norteamericano. Por favor, Barcelona, con fiesta y joda y todo, es de lo más primermundista que hay. Y en Vicky Cristina, parece un lejano país en donde la gente es puramente hedonista y obedece a sus instintos por un factor cultural y no por decisión o personalidad propias. Por ello, no es gratuito, según Allen, que el personaje de María Elena (Penélope Cruz) sea lo loca salvaje-hermosa y ambigua. Se trata simplemente de otro estereotipo de la mujer mediterránea, nada más fuera de la realidad. La Carmen exotizada por Bizet, con la diferencia de que este francés creó el personaje de la famme fatale gitana en el S.XIX. Lo mismo pasa con Juan Antonio. El macho latino en su mayor o mejor expresión.


El trio libre y exótico

Ahora, de por sí no es malo que se caricaturicen a los personajes para presentar a un espacio lejano como algo más cercano. Utilizar referentes comunes y masticables, aunque suene terrible no es un error tan grave, si hay sinceridad de por medio. ¿Hago una película en donde la taquillera exotización de lo latino encante al público gringo, o hago una película que pretende ser un nuevo manifiesto –en realidad repetido- de las relaciones humanas y su pertinente psicoanálisis? Un estilo muy Woody Allen, que para no irnos tan lejos y encontrar joyas suyas, lo consiguió magistralmente en Match Point. Ahora, la pretensión de Allen es pensar que una historia newyorkina podía funcionar en cualquier parte del mundo si se le hacía un par de cambiecillos de forma, no de fondo. Y justamente lo que precisaba este filme o el guión o la simple idea de hacer una peli en Barcelona, era un cambio de fondo para convertirse en una buena película. No lo es. Sin duda entretiene y bastante, porque es un retrato calco de otras películas suyas de tríos amorosos, encuentros y desencuentros, imposibilidad del amor, y lo absurdo e impropio de las relaciones humanas, pero no llega a ser mucho más. Por otro lado está la caricaturización de Penélope Cruz y Bardem, y la de las mismas dos gringas, que consiguen ser tal cual en sus papeles. Eso es una virtud. Vicky no nos puede caer peor con sus moditos de gringa fatua, y Cristina no puede ser más sexy en sus intentos de no ser una simple gringa aventurera, sino jugarse la vida como en una apuesta y vivir al borde. Sensualidad por supuesto que es casi velada por la de María Elena, quien, por supuesto, tenía que ser loca para que funcionase su papel de famme fatal mediterránea. Me imagino que fue una gran diversión para el público masculino ver a estas dos mujeres besándose y tocándose. Eso, de por sí, ya es un plus, pero no le da más valor que una película de cine b sobre chinos mafiosos, o una porno sin historia.

Y bueno, para el final, lo peor de lo peor y lo más vergonzoso. Un Javier Bardem actuando de tonto para satisfacer a un público considerado –según este recurso- más tonto aún. Un Bardem prostituta, justificando los miles de dólares ganados con un: ¡habla en inglés por favor! Los comentarios frente a esto quedarían demás. Nunca el cine que se respete, utilizó un recurso más estúpido para justificar la desbordante verdad de otro idioma y su incidencia en la construcción de los personajes y su ritmo dramático. ¡María Elena, en inglés por favor! es la vergüenza de Woody Allen, y las fruncidas de ceño del público, son una evidente desaprobación. Porque nos choca que nos tomen por idiotas y que se pretenda minimizar el efecto del uso del inglés en películas rodadas y contextualizadas en países de otra lengua, que lo hagan a punta de tratar de convertir el gazapo lingüístico en parte de la trama, peor aún en componente dramático de la misma. Es igual de feo, pero más honesto, el spanglish que exhiben gratuitamente otras películas norteamericanas, pero este ERROR de Woody Allen, creo que se llevó todos los tomatazos.





La bella Penélope y loca



Con todo, para no ser tan ogro, la película tiene sus buenos momentos, sobre todo, cuando María Elena entra con un arma a matar a Juan Antonio. Bravo por ella.

lunes, enero 26, 2009

Por fin

Un inciso: El otro día entrevisté a alguien que me dijo: por sus entrevistas yo le daba unos 45 años. ¿? Una muy cuestionable apreciación. Mientras más joven más idiota, diría el adagio. Porque la vida debería ser un proceso para desasnarse, según quien cree que hay que saber menos o expresarse de una manera más básica mientras más joven se es. Y eso que yo considero que la premura del periodismo de prensa escrita es padre de la mediocridad. Y mis entrevistas y todo lo que escribo en el diario no escapan de eso. La última entrevista que hice al filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría –por la que fui considerada una señora adusta de 45 años- la hice casi al apuro, sin saber para qué sección iba, ni qué espacio iba a tener. Finalmente decidieron sacarla a doble página y se hizo lo que se pudo, al apuro como siempre. Así que, saque sus propias conclusiones.





Otro error más que se suma al cúmulo de errores vitales, sólo que en este caso se lo puede abordar desde varias perspectivas que ya no van al caso porque de lo que quiero hablar hoy, es de una de las prometidas en el post anterior: el cine b ecuatoriano. Permiso, voy a cambiar de estilo.





La bendita posibilidad del error queer





Malva tiene un traje dorado medio chino que le favorece. Todos entramos apretujados al cine, vemos a Wilman Chicha haciendo de jefe de piso o de director del programa. Un aparataje símil de un set de televisión se ha construido sobre el escenario del Ocho y Medio. Seguimos entrando infinitamente, ya no hay puesto. Nos miramos las caras ¿qué es esto? No por favor, se oye por ahí. ¿Y qué será lo que se le ocurrió ahora al Miguel Alvear? ¡Mami qué será lo que quiere el Wilman! Hay escepticismo entre los que me rodean, y entre mis ojos y mi hígado también. Malva sigue moviéndose neuróticamente de un lado para otro, preguntando cualquier cosa, tratando de parecerse a la señorita Maritere. Con tal de que no se parezca a la señorita Laura… No hay naturalidad, el falseado es evidente, pero de eso se trata y nos damos cuenta cuando se da la señal de ¡Al Aire! y sale maravillosamente segura, Malva Malabar, brillante Malva, la hipermujer Malva. Entendemos entonces que la farsa es la TV y que la burbuja televisiva es una hiperrealidad, absurda y sobre-maquillada, y que de eso se trata. Eso es lo que nos gusta. Vivirlo a tiempo real y sobre todo, asistir en vivo a una realidad imitada que de por sí ya imita a otra, es una experiencia estupenda.





Malva se pasea por el escenario, saluda, bromea y presenta a sus invitados. Pero antes, un pequeño entremés a cargo de la cantante de techno-chicha o techno música nacional o cualesquier género que este fuere: Hipatia Balseca. Ella, más bonita que nunca y con un cuerpo digno de ser silbado, encendió a los presentes con su repertorio de baile –de la música no me acuerdo-. Hasta ese momento la impostación era superior a la seducción de la mimesis hiperbolizada. Hipatia tenía un gesto que decía sin posibilidad de escondite: ¡en dónde me vine a meter! El público tal cual mono entrenado, sabía que debía aplaudir, como en cualquier espectáculo, porque el ecuatoriano es bien aplaudidor, bien ovacionador, sino pregúnteles a los toreros españoles. El baile de saltitos, maromas y brazadas terminó, y Malva volvió al poder. Sí, al poder. Lo que bajo la dirección dramática de alguien con menos temple podía fácilmente convertirse en un bodrio, de la mano de Malva se convirtió en una pieza inédita del teatro de la farsa (por ponerle una categoría). Y ahora –que me disculpe el actor que me ha pedido en mis artículos periodísticos que no lo nombre- lo siento, pero voy a revelar la misteriosa identidad de Malva Malabar para poder continuar mi narración. León Sierra.





Entra en escena, como a Chispazos (nótese los colores del mobiliario, se ven fucsias, rayas de tigres y cebras, o talvez mi memoria lo recuerda así), el primero de los cineastas. William León de Riobamba, originario de la comunidad indígena de Cacha, es aplaudido a rabiar. Ha hecho cinco películas –pregúntenle a Camilo Luzuriaga, o a Tania Hermida, dice Malva- con presupuestos más bajos que lo bajo. Se pasa un fragmento de una de sus películas cuyo nombre no recuerdo, pero que en un principio fueron rodadas con la cámara casera de su mamá. A modo de trailer, se puede entrever un thriller de misterio, otro género que William y su equipo, hoy productora Sinchi Samay, han tocado. Antes, el melodrama. -El melodrama es la tergiversación del drama-. La saga Pollito, el sufrido niño indígena que tiene que pasar mil vicisitudes tristísimas para encontrar a su papá borracho, es la herencia más pura de la escuela Marco. (Cante aquí por favor) “No te vayas mamááá, no te alejes de míííí”. No he visto las películas (son dos) pero según el mismo William la una es más trágica que la otra. “Casi me matan por el final de la primera, todo el mundo me reclamó”, me dijo el otro día que lo entrevisté por teléfono. Por eso, la segunda parte decidió cerrar con un final feliz. Ahora, regresando al show “A la cama con Malva Malabar”, el plató, de sufrimientos, nada, porque las preguntas de Malva –siempre ingeniosas y pertinentes- dejaron ver el mejor lado de esta gente que en un principio nos hacía sufrir por pensar que se iban a hallar perdidos frente a esa sarta de esnobistas quiteños que éramos todos los presentes. Es inevitable pensar que podíamos haber asistido con el ánimo decimonónico circense. Léase “Freaks” de Todd Browning.





Pero no, porque las cosas fluyeron y el show debía continuar. Llegó entonces Fernando Cedeño de Chone, del grupo de cineastas de esa ciudad-pueblo, qua han hecho como siete películas y al momento se hallan rodando otra. ¿Cómo lo hacen? Con plata del bolsillo de todos y aprendiendo en la marcha, aunque casi maten a sus compañeros. “Si no, pregúntenle a Brandon Lee”, dice Malva. Una balita se le escapa a cualquiera, “pero por suerte Carlos Quinto se lanzó unos segundos antes, y la bala real no lo llegó”, relata Cedeño, sobre aquel día en que las balas de salva fallaron… Sicarios Manabitas, Avaricia, Barahunda en la Montaña son algunos títulos que exhiben los piratas de la Bahía de Guayaquil. Ahí los encontraron a todos. La pata manaba que llegó a Quito, sin entender bien a qué venían, pero que encantaron al público por su naturalidad, por ese potente y evidente talante de ser manabitas de cepa, sin las mañas y pretensiones del citadino dizque culto, dizque artista. Los cineastas chonenses podrían ser sicarios chonenses y su trabajo sería tomado con la misma naturalidad y pasión, tanto en lo uno como en lo otro. “El Tarantino ecuatoriano”, le dice Malva a Cedeño, y la comedia sigue entre carcajada y carcajada. En sus películas hay persecuciones, balaceras, muertos y sangre por montones. “Es la realidad de nuestro pueblo, en donde una cabeza vale $50, aunque a veces es gratis… por honor”. Tierra de varones, sin duda.




Inciso: Esta crónica debía terminar hace una semana o dos, pero no he tenido tiempo. Disculpen el anacronismo. Por eso, la voy a concluir más rápido y fugaz de lo que estaba pensado.





Aplausos y confetis sonoros. Comerciales. Regresa Malva con su vestido dorado y su cabellera dorada. Presenta al “Kubrik ecuatoriano”. Nelson Palacios, de Los Ríos, ha hecho todos los géneros, dice. Sus películas, como muchas, como todas las de los cineastas presentados ese día, son sobre pobres y hechas por pobres (tomando en cuenta los estándares internacionales de pobreza). Son una especie de crónicas vivenciales, azucaradas con el amargo jarabe de la falta de plata, la migración, la delincuencia, el abandono y sazonadas con un poco de la ley de la selva. Palacios es el más asustado de todos, quizás es menos expresivo. Mientras los demás se movían como pez en el agua, a él le cuesta. Pero Malva salvavidas, flotador con tacones, lo sacó a la superficie y no le permitió ahogarse. Él también ha hecho varias películas, con la particularidad de que sus actores pagan la producción y el rodaje. Nunca gozaron más los cineastas presentes entre el público… sintieron que se les hizo justicia silenciosamente. (Risas). El último invitado fue uno de los súper investigadores –en realidad toda la parodia es un proyecto de investigación del Ocho y Medio- entiéndase, estábamos en un laboratorio de conejos o conejillos- el último invitado, decía, fue Andrés Crespo, presentado como cineasta aficionado guayaco. Él nunca entendió de qué tanto se reía la gente. El por qué, cada dos palabras suyas, todos reventábamos en risas atroces. Y es que el humor guayaco es otro, cuando ellos hablan en serio, nosotros nos reímos, porque ese mundo-surreal-guayaco es una melo-comedia para nosotros, así como nuestro ánimo-yaraví-andino, lo es para ellos. Crespo contó que actuó en un filme sobre bisexualidad de Elio Peláez, cineasta subterráneo de la Perla, llamado “Versátiles”. Sin comentarios, sólo jajajas. Parecíamos un programa de risas pregrabadas. “Se trata de un cine fetichista guayaco”. Más jajajas. El pobre Crespo desconcertado, ¿De qué se ríen estos serranos de mierda?, debe haber pensado. Parecía una puesta en escena parte de todo el argumento televisivo: minutos antes Cristian León, el investigador estrella, había sido golpeado como en lucha libre por Crespo, por un malentendido armado en el set, con la finalidad de apelar a la estética puñetera de un talk show. Por eso es que Elio Peláez y los cineastas conceptuales gogoteros –dicho literalmente- parecían salidos de un libreto de Wilman Chicha. Pero no, a la salida le pregunté al incomprendido guayaquileño si todo aquello que contó era verdad y él más sorprendido, me dijo: ¡Pero claro! Si yo no sé de qué tanto se reían…





Si quiere la aburrida versión periodística seria, léala en el Telégrafo del 26 de enero y del 14 de enero.

miércoles, enero 14, 2009

La posibilidad del error II

Este post iba a ser más grande, pero si no lo publico hoy, no lo publico nunca...
He abandonado muchos días este blog, aún teniendo muchas cosas que decir. Escribiendo aún pero considerando fuera de lugar a las palabras. Por eso, haré un compendio de los fuera de foco de los últimos días. Situaciones alternas que no hallan asidero en ninguna categoría natural o impuesta, aunque algunas parecieran estar hechas para vivir dentro del contenedor en el que germinaron. No se dejen engañar, o déjenlo, pero tengan en cuenta que las posibilidades del error –por simple falta de armonía cotidiana- son menos deformes de lo que parecerían o de lo que pensaríamos.


Los zapatazos a Bush: El error de cálculo, de perspectiva o de puntería que más nos dolió a todos. Dos zapatos desperdiciados es demasiado. Gran metáfora de que el estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado, a veces no sirve para maldita la cosa. Más bien, las probabilidades juegan en contra del pensamiento marginal y a favor de la corriente universalizante. ¿Por qué?


La caída del precio del petróleo (y su posterior subida): Nunca es suficiente que el sistema falle. El “petroleocentrismo” y su debacle se vienen anunciando desde hace años, pero mientras las transnacionales y las élites de poder no migren sus tecnologías y sus cerebros hacia la “energía limpia” o su mugroso equivalente, el petróleo no puede desaparecer, así de simple. Frente a la escasez de algo, la lógica dice que el precio deberá subir… por lo tanto, la caída del precio del barril podría tratarse de una simple estrategia a utilizarse a futuro… Un ejemplo de cómo el curso natural de las cosas se convierte en error frente a la omnipotencia del capital.

La muerte de León Febres Cordero: El micro Pinochet que a nadie le importa –ni siquiera a nivel de Latinoamérica- murió al igual que su homólogo chileno, sin pagar por sus crímenes de lesa humanidad. Peor aún, sin haber sido siquiera juzgado. Febres Cordero supo morir bien, evitó la mancha en su nombre, y dejó un buen recuerdo para muchos y un mal sabor de boca para pocos. No son tantos los que lo odian. Pero el error no está en el hecho de haber muerto sin ser juzgado, ni siquiera en la mano divina de permitirle morir sin sufrir más, sino en la falsa “heroificación”, o “villanización” que termina siendo lo mismo: una necesidad épica no saldada, debido entre otras cosas, a la ausencia de definición histórica de la que sufrimos.

Los ladrones aniñados: Pelucones robando a pelucones, rezaban algunos titulares de diarios rojos, amarillos y beige. Tres muchachos de clase media-alta robando por placer –según una fotografía en la que Jael María Abramowicz hacía el signo de victoria- era la versión vagamente interpretada por los medios. ¿Acaso el único motivo para robar es la pobreza? ¿No nos hemos hartado de acusar como los mayores ladrones a los políticos y a los banqueros? ¿No nos estamos enfrentando acaso con una nueva moral (más vieja que el pan) que simplemente decidió exponerse mediáticamente? Para ser asaltante hay que ser pobre y malencarado. Sí, porque los delincuentes “de buena apariencia”, según un medio impreso, estudiaron en el Colegio SEK y son más bonitos que el delincuente común. Dónde está el error, ¿En ser blancos y aniñados? ¿En tener ambición y sed de dinero fácil? (Ni tan fácil, les costó una ida a la peni, qué terrible les salió el chistesito) ¿En haber sido poco profesionales (o nada) y dejarse atrapar con las manos en la masa? No, el error está precisamente en haber abierto una brecha, un mundo paralelo dentro de la estructura social reinante, dentro del mundo del hampa oficial. Simplemente esa “otra delincuencia” no tiene cabida, ni clasificación, porque no tiene precedente conocido. El error de ellos fue no tener escuela en esa dimensión paralela de motivaciones o “móviles del crimen”.


¿Qué de similar encuentra en la lista anterior? Parecería que nada tiene que ver con nada, pero es allí en donde está presente el error. Cada uno de los acontecimientos anteriores tiene su razón de ser gracias al error, o por lo menos su característica vital es la falla, la imperfección, la perversa aproximación a algo que debía ser y que no fue…
La aproximación, el promedio, parecerían asemejarse a la mediocridad. Ese es el argumento: lo que no es clasificable es inmediatamente enviado al saco de la mediocridad por falta de astucia o sentido común. El error tiene su propia lógica y estructura, y está al margen (sin calificarlo o hacer juicios de valor) porque hay una estructura más fuerte reinante. Nada más que por eso.
Para una próxima entrega, más de sus errores favoritos:
Vicky Cristina Barcelona (La última de Woody Allen)
Los plagios de Bryce Echenique (Ya fue condenado, le toca pagar como 30 mil dólares)
El cine b ecuatoriano