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Morrissey

domingo, febrero 22, 2009

El punto de partida de la tecno-existencia








Revolutionary Road es una alegoría de lo que significa: el camino revolucionario. ¿A dónde conduce ese camino? Empecemos desde el principio. El nuevo filme de Sam Mendes no es ni de lejos una obra maestra como la famosa American Beauty pero pone en reflexión un tema que pocos se atreven a tocar, al menos de esa manera, aunque parezca lo contrario.


Si en American Beauty veíamos las consecuencias del “american dream” como aquella camisa de fuerzas color rosa, la cárcel lujosa del status quo, en la que las fisuras empiezan a notarse y como diría Erich Fromm, “la vida auténtica” empieza a clamar su espacio, en Revolutionary Road, se presenta el “origen” de todo aquello, el último punto de retorno o de cambio de sentido, como una especie de encrucijada de la vida moderna en la que si se aborda el llamativo sendero del vértigo de la tecnología en función del establecimiento de un status quo reforzado (liberal, capitalista), no habrá ya retorno. En American Beauty, la instintiva deconstrucción de la impostación de la vida se hacía evidente: todos estaban en el punto de ignición de la crisis, una crisis moral parida por el absolutismo del stablishment. Ese vago punto medio que promedia hasta las pasiones. Pero incluso, al ser un outsider, o actuar como uno, para poder salirse de ese enfundamiento, se está obedeciendo a otra categorización que entra perfectamente dentro de los estándares del sueño americano: ser el otro. Para ser el uno, el reinante y el que está en lo correcto, siempre tiene que haber la contraparte que lo demuestre, que avale que el modo de vida en que “naturalmente” se desenvuelve una sociedad es el adecuado. El otro, el desplazado, el marginal y el equivocado.



Lo que sucede es que la bomba estalla y salen los pedazos de esos seres que dejamos de ser por pensar en que la normalidad es normal. El margen se cuela, entonces, en el condumio de la página, lo cual, idealmente no debe ría pasar. Porque el margen, si bien es grandemente admitido en las sociedades ultra-capitalistas, debe estar normado por sus propias reglas y debe actuar como paralelo, como espejo reflejante a la inversa, como el negativo de lo “correcto”. En American Beauty pasa exactamente eso: los seres callados que nos habitan van saliendo, como lo harían en películas de la misma época como Happiness de Todd Solondz o la magistral Magnolia, de Paul Thomas Anderson.


Pero Revolutionary Road, a diferencia de A.B, no es una película subjetiva. No es el sujeto en sí el protagonista de la trama. Este filme es una reflexión histórica, que retrata quizás el punto de partida del discutido post-modernismo, tan evidente en A.B. Quizás el sujeto sea el protagonista en función de sujeto histórico, de abanderado de una generación que ve el cambio, la ruptura, como consecuencia de un vertiginoso progreso material, objetivo (surgido con la revolución industrial), y que interpreta ese supuesto cambio como un momento personal. Como una posibilidad azarosa de la vida, cuando en realidad, se trata de un momento histórico universalizante en el que la decisión de ser el uno o no el otro, marcará el tono de las sociedades “postmodernas” y de ese post- algo inexplicable, que lo he llamado la era tecno-exitencialista.


Una pareja -quizás cinematográficamente con pocas explicaciones- debe decidir, por insistencia de ella, si irse a vivir a París, venderlo todo, empezar desde cero y ser el otro, o quedarse en una ciudad-suburbio estadounidense y ser el uno dominante. Entrar a alimentar y a ser uno de los ladrillos del edificio hegemónico de las sociedades americanas contemporáneas, o “encontrar el verdadero sentido de sus vidas, su verdadera vocación”, según dirá la protagonista, la esposa, quien es la mentora de la idea. El personaje interpretado por Kate Winslet, de repente, y sin más explicaciones (podría acusárseles un error narrativo en esa premura, pero finalmente, qué más da, hay muchas cosas que fallan en el filme, no obstante, este irse al grano, termina ayudando) ella decide un día que sus vidas deben cambiar, empezar desde cero, como una especie de acto anticipatorio, un talante premonitorio de lo que se veía venir. Estamos en los años cincuenta, pleno punto de partida e inicio del cuadro “american dream” y el afincamiento de la estructura social de anhelos y aspiraciones materiales, íntimamente relacionado con el desarrollo de los objetos, la producción masiva industrial de los cada vez más anhelados objetos de consumo, la construcción de esas sociedades post-guerra, en las que el deseo se traduce en un poder adquisitivo, el cual va a alimentando la rueda del progreso. Rueda que es acelerada por el sistema de consumo e incentivos materiales, que finalmente atrapa, estanca y termina solventando un modo de vida familiar institucionalizado en función del dinero. Por supuesto, la era tecno inicia por estos tiempos, en los que el avance tecnológico marca aún más las pautas aceleradas de ese ritmo “qué doy y qué obtengo”. Por eso, la ni tan metáfora del trabajo que le es ofrecido al marido (Leonardo Di Caprio), es la muestra clara: “si te quedas, te ofrecemos ganar mucho más dinero en un nuevo giro que dará el negocio: computadoras”.


Así, el sistema, ese Frankenstein de vida autónoma, se asegura de detener la “sublevación moral y espiritual”. Querer ser el otro es querer detener el progreso normalizante. Es jugar en contra de los estándares de felicidad y bienestar. Su mayor aliado: la familia en términos clásicos. Por eso la desesperación de la mujer, la atadura, el fin de la última posibilidad de ser otro. Un embarazo más. ¿Pero también nacen niños en París? (París como alegoría de la esperanza de esa otra vida: la libertad del romanticismo, la vida bohemia expresada dentro del arte y las pasiones, un estereotipo por supuesto que no tiene cabida en nuestros días) No, en París no pueden nacer niños de aspiraciones norteamericanas. No es posible. Por eso, en un último intento de salvación, surge el irse en contra de sí mismo para hallar la otredad: el aborto. No obstante, la gran lección de este filme (quizás nuevamente estereotipada) es que la resistencia (cultural, social, mental, afectiva o espiritual) sólo conduce a la destrucción, cuando se vive en un espacio adaptado para corregir los errores del molde. Y las sociedades contemporáneas se tratan de eso. El camino revolucionario es un camino hacia el fracaso. La única salida es la muerte.


Eso parecería decirnos Sam Mendes...

15 comentarios:

Anónimo dijo...

que pasó con Dalila?
a donde se fué?

Anónimo dijo...

a buscar todas las tildes que sobran para ponerlas donde faltan.

Dalila dijo...

No falta ni sobre ninguna tilde. A revisar las reglas gramaticales antes de comentar, por favor...

Anónimo dijo...

no me refería a las tildes del post sino a las del primer comentario.

Anónimo dijo...

calificación 5/10, señorita el ensayo esta un poco confuso aunque intenta ir al grano

Anónimo dijo...

creo que hay que leer algo de zen para entender el mensaje de Mendes fuera de los típicos clishes de la american way of life, el american dream, la postguerra y el avance tecnológico..... complique mas sus ensayos con algo de sicologia

Dalila dijo...

A los anónimos, por lo menos pongan sus nombres. Mucha cobardía, es fácil atacar algo y no dar la cara. Ja. En fin, lo de siempre: trabajen y no envidien. Y acabo de enterarme de que era un ensayo. Seguramente para ustedes esto es un ensayo, para mí, es un texto de blog. Por otro lado, la vida es más simple de lo que creerían, ¿sicología? ¿la seudociencia? Ok, ahí entonces "el ensayo" habría salido aún más simple, sólo que con los entramados de terminología qué tanto nos gustan. Aprenda a leer, mi lectura es claramente una lectura no subjetiva (para mí el filme no trata sobre la psicología de nadie, no es la subjetividad de los personajes la que importa en este filme)sino sobre el momento histórico, que aunque le parezca simplón al último anónimo, pues era lo que pasaba en los 50's.

Al próximo anónimo lo borro, no me interesan comentarios cobardes y sin fundamento.

Dalila dijo...

Y al de la zoquetada de comentario último, le reto a que explique cómo es que calza la filosofía oriental en todo esto, y a que complique mi idea con sicología. Y de qué corriente por favor. Y a que firme, porque si no, lo borro.

Anónimo dijo...
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Dalila dijo...

Dije claramente que si no se identificaba, lo borraba. Así que con el cliché del sufrimiento zen a otra parte.(jaja, "el origen del sufrimiento es el deseo", si eso no es un cliché new age, entonces a pastar borregos)

Anónimo dijo...

ja ja ja me cagaste

Anónimo dijo...

Sobre el anonimato: ¿seguro que Dalila es tu nombre real, o es un seudonimo que proteje tu anonimato? El anonimato es un recurso por lo menos interesante, y a veces clave en la cultura virtual de hoy. ¿No es un poco simple declarar a quien se escuda en el anonimato como "cobarde"?

Sobre lo de ensayo o texto de blog: lo que en realidad estas haciendo es crítica de cine (en el caso de esta última entrada). Creo que lo mejor que podrías hacer es asumir tu condición de crítica de cine, a pesar de las limitaciones que puedas encontrar en tus propios textos. Hay que saber qué se escribe, para qué, y para quién.

Anónimo.

Dalila dijo...

lo prometido es deuda

Paola Calahorrano dijo...

Aunque ya no te vea confesaré que te leo de vez en cuando....y de paso te mando un abrazo..tenemos que vernos para contarte ful cosas.
De acuerdo a este post, concuerdo contigo Dal, el patetismo de Revolutionary Road nos lleva a la conclusión de que quizá esa vida "revolucionaria" que algunos aspiran a es simplemente el imaginario del rebelde en su epoca, una fantasía ilusa que se relaciona con el suicidio y la autodestrucción, es cliché y no dejará de serlo. No me gustó, prefiero American Beauty. Y si hablamos de cuestionamientos ante la forma de vida americana creo que Little Children le da palo a estos filmes. Muy buen post!!
Y los anónimos mariconcitos que muestren la cara, me huele a envidia eso

Anónimo dijo...

Con esos amigos, para que queremos enemigos...(para que nos cuente ful cosas...)