Ídolo

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Morrissey

miércoles, marzo 25, 2009

El retorno de las piedras


Son dos. Libertinas. Se niegan a salir. Se bañan todos los días, se acicalan, se arreglan, pero no salen a ninguna parte. Su pasatiempo favorito es tomar leche y verse las caras, que por demás están bastante laceradas, como si un acné terrible les hubiese atacado. Las dos, libertinas, fornican todos los días sin que nadie sepan con quién lo hacen. Es un misterio aún para mí, que sé de su presencia a diario, sobre todo en las mañanas, cuando por su inestabilidad de peso, evitan el desayuno. Al pasar el día, gritan de hambre. Les encanta el chocolate y el queso. Pero fresco. A veces quieren vomitar el maní y el pescado. Como son maniáticas de la limpieza, se bañan todo el día y les encantan las burbujas del agua mineral. También beben gin y cerveza, aunque sienten que engordan terriblemente. Su problema es que sienten que el baño seguido les lustra demasiado y están convencidas, las dos, de que han perdido su brillo. Por eso comen y comen, desde las dos de la tarde. Le echan demasiada sal a la carne y luego terminan el día embotadas e hinchadas. A veces, se comen la sal directamente del salero.

Cuando alguien las quiere sacar, arman un drama. Lloran, suplican. Se aferran a las paredes. Y me hacen llorar a mí. “Es lo mejor para ustedes”, les dicen. Pero las dos, libertinas, no entienden y prefieren seguir follando todos los días. Es su única alegría. Porque comer y bañarse es parte del ritual. Así se preparan todo el día y esperan el momento más silencioso de la noche para que yo no las escuche. Pero las puedo oír y les he dejado que hagan lo que quieran durante algunos meses.

Hoy las he visto. Han crecido bastante. Me saludan y me mandan besos. Su foto la tengo pegada en la cabecera de mi cama. Pronto partirán de viaje.

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