Ídolo

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Morrissey

martes, abril 28, 2009

How does it feels?


Joan Báez dice que nunca ha conocido un ser tan complejo como Bob Dylan. A Báez los años le han sentado, a Dylan no, luce amargo, es inevitable su gesto perdido. ¿Dónde está?, sigue componiendo, su nuevo disco acaba de ser lanzado, pero algo de él no convence. Hablo del Dylan de hace unos tres años quizás, el de No direction home, el documental dirigido por Scorsese, en el que retrata a un Dylan desde sus inicios en Minnesota, su paso por el Greenwich Village en Nueva York, la fama que le llegó rápido y el final de un período luego de un accidente en motocicleta que le llevaría recluirse durante ocho años. Ahí termina el documental. Luego de eso, la carrera del cantautor que tomó su nombre del poeta Dylan Thomas tomaría un rumbo dispar. Y su voz se iría ahogando en una nasal carraspera que adereza sus últimos discos. Pero esa es otra historia, o al menos, material para por lo menos unos tres documentales más. Y de que hay material lo hay, porque Dylan, obsesionado con sí mismo, se grabó durante muchas giras y conciertos. Incluso hay varios documentales que pasaron con más pena que gloria en los setentas y ochentas por las salas de cine.

Pero este documental creo que es distinto a los otros por ser un documento a la vez poético y revelador. Busca, sin condescendencia ni romanticismo, (lo que deberíamos aprender a hacer acá) desenvainar la compleja personalidad de Dylan desde lo humano y lo musical. No es un tratado sicológico ni existencial del genio del poeta (porque Dylan, sí, es más poeta que músico) sino un itinerario de vida, de una etapa de ésta. Es el hallar el punto de ebullición en el que el fenómeno eclosionó, adquirió forma, espíritu y magia. Porque el proceso entre ser nadie y ser Dylan fue tan acelerado, casi como un parpadeo, que pareció sacado del sombrero de un mago. Según este documental, claro. Él pasó de ser un muchacho común y corriente, sin brillo ni belleza pero con deseos glotones de ser un grande, a convertirse en un ícono de la contracultura. Según lo que vemos, los testimonios de cercanos y el suyo propio, él se construyó a sí mismo. Bebió cantidades abundantes de lo que le interesaba, se dio sobredosis de Folk, el estilo que le interesó por profundo, sincero y visceral, y se construyó desde ahí. Dylan mató su pasado, lo negó y pasó a ser otro por decisión y convicción. Muchos lo recuerdan al principio, en los tempranos sesentas, como un muchacho sin ningún talento especial. No era un gran guitarrista, no era un gran cantante, más bien llegaba a ser mediocre. “Como él habían cientos”, repiten algunos entrevistados. Pero ¿Qué fue lo que pasó para que llegara a convertirse en un fenómeno? Esa respuesta es algo inexplicable. Ayer, mientras veía No direction home (me tomó tres días verlo, son dos capítulos largos y ya se sabe que siempre me duermo) creí entender la premisa del filme. Hoy no estoy tan segura si la idea fue conducirnos a pensar en un Dylan mítico y hacedor de su destino casi como un capricho de grandeza, o por el contrario, presentar a un ser humano virtuosos, capaz de hacer magia con las palabras y consigo mismo.

Lo cierto es que Dylan, cual si fuese una manta tejida, se fabricó su propia alma tomando pedazos de lo que le interesaba. Y aún así no llega a ser un impostor ni un disfraz. Él tenía la capacidad casi mística de cambiar el destino por voluntad. Así, un día, de repente, fue apadrinado por un productor de Columbia Records y el éxito le llegó a los 20 años. Podría hablarse de una catarsis o de un soul interchange si se piensa en su mayor influencia. En su rol model a quien iría a visitar en un hospital siquiátrico antes de irse para Nueva York. Woodie Guthrie era un cantante de folk de personalidad interpretativa desbordante, irreverente y pasional. Además era crítico del sistema y a Bob Dylan eso le encantó. Siguió sus pasos y quizás adquirió algo de su poder. El resto fue un viaje acelerado al ascenso en donde encontró a toda la movida bohemia folk del Greenwich Village, y donde sus primeros conciertos eran itinerantes, de bar en bar. Allí conoció al símbolo femenino por antonomasia de la música protesta, Joan Báez, y ella sería su madrina durante un par de años.

Luego, sorprende por fuera de contexto si comparamos con el ambiente musical de ahora, el que Dylan fuera rechazado por “electrificar” su propuesta e irse del lado del Folk Rock. Para muchos tradicionalistas y varios seguidores, esto era una traición, ya que sólo el Folk era verdadera música, el resto de música más comercial, y dicho desdeñosamente, era “pop”. Afirmación que llama la atención porque hoy vemos al pop como otra cosa, y a esa música que los adeptos al folk puro criticaban, la vemos como las raíces de lo que hoy consideramos como buena música. En fin, los tiempos cambian.

Eso que sonaba a una eterna y monótona melodía alargada, recargada de letra e historias infinitas, para ellos era lo único que valía la pena porque tenía contenido. Contenido social. Lo cual no deja de recordar los difundidos compromisos políticos del arte en Latinoamérica, durante los setentas. Era común el rechazo al que se saliera de esa casilla. Incluso Báez confiesa que se preocupó y se decepcionó de que Dylan se fuera por la puerta del rock y perdiera el condumio de compromiso social. Pero él estaba harto de ser abanderado de causas justas, de tener que ser un comunista o luchador de los derechos humanos. No estaba contento con el rumbo que el Folk puro le estaba marcando, así que se aflojó un poco, cambió sus letras y recibió abucheos. Uno de los más recordados, en Manchester, durante una gira en el 66 cuando un asistente le gritó: ¡Judas! Y él le respondió diciendo: no te creo, eres un mentiroso, y acto seguido, ordenó a su banda tocar lo más fuerte posible. Sonó Like a Rolling Stone. El himno de una generación y de varias quizás. Esa canción que estuvo en el número dos de la Bilboard durante varias semanas (le ganó Help) y que ha sido versionada incontables veces.

How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like rolling stone?

La relación con Báez duró poco. Ella habla de él con cariño, él de ella con un gesto parejo y monótono, él único que se le ve durante toda la entrevista. Se separaron cuando ella vio que el camino del rock’n roll era “malo” y eso no era lo que quería. No al sexo, drogas y rock’n roll. Y un resentimiento. Cuando él empezó una gira extensa, en la que le acompañó, Báez esperaba que Dylan le invitase a subir al escenario, como lo hiciera ella tantas veces antes, ayudándole así a impulsar su carrera. Pero él jamás lo hizo y eso le dolió. Dylan sobre ese episodio responde: “Fue un error no haberla invitado, pero… no se puede ser sabio y estar enamorado al mismo tiempo…”

Muy sabio de su parte señor Dylan.

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