Ídolo

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Morrissey

martes, junio 08, 2010

La Hora Ecuatoriana: ¿Vivimos en otra dimensión temporal?


Cuando estábamos en el colegio mi madre solía adelantar todos los relojes de la casa con cuarto de hora. Ella se acostumbró a vivir en ese tiempo paralelo y siempre estaba convencida de que estábamos atrasados a todas partes. Su lucha contra la impuntualidad del escolar perezoso se volvió infructuosa. Aunque nos atrasábamos poco por esa diferencia horaria, ella estaba convencida de que siempre estábamos llegando tarde a todo lado. Su propio mundo creado la terminó envolviendo. Hoy en día en la casa de mis padres casi no quedan relojes de pared.


El mundo paralelo de mi madre, en el que todo sucedía 15 minutos antes, no era nada comparado con el mundo paralelo de los ecuatorianos, en el que todo sucede una hora más tarde, como mínimo. Si mi madre era una vanguardista del tiempo, nuestro pueblito es un subdesarrollado temporal, ya que vivimos atrasados. Y como diría el durmiente Cerati: “me vi llegando tarde a todo”. Y aunque para ciertas formalidades es tremendamente mal visto no estar en punto, para el resto de cosas pareceríamos no tener apuro. Nota entre líneas: la falta de apuro es sinónimo de atraso cultural o más románticamente dicho: todavía no entramos de lleno en el monstruo atropellado del capitalismo. Poco a poco vamos perdiendo la falta de apuro… qué nostalgia. Nada de cosmovisiones andinas del tiempo circular –con el perdón de los antropólogos y Pachacutik- esa pereza temporal está íntimamente ligada con el tipo de sociedad y su nivel de desarrollo –aunque suene a FLACSO-. En los pueblos pequeños de cualquier parte del mundo, el tiempo parecería pasar más lento, la gente no tiene apuro de llegar a ninguna parte, porque simplemente no se atrasa a ningún lado. No hay horarios precisos. Si no, averigüen cómo se vive en Cuba: la gente llega a una reunión hasta cuatro horas más tarde y no pasa nada...


Regresando al viejo truco del reloj adelantado de mi madre, éste podría ser la herramienta más ingenua para lograr llegar a tiempo a un lugar, porque aunque no lo crean, funciona. Uno por instinto, o para no generalizar: el impuntual por instinto cree que puede burlar al tiempo y aunque revisa el reloj varias veces, no le da crédito. Cree que puede hacer las cosas en cinco minutos, o quedarse dormido cinco minutitos más y lograr llegar a tiempo. Pero nunca lo consigue y por eso llega tarde a todo buscando en ciertos casos los más insólitos pretextos (mi abuelita se murió, sí la misma abuelita que ya se ha muerto durante toda tu vida unas diez veces) o simplemente asumiendo que los demás entienden que en estas condiciones actuales (¿tráfico?, ¿estrés de la vida?, ¿sueño sagrado?) lo normal es que uno llegue tarde.


Entonces, montarse al tiempo paralelo de los 15 minutos adelante, no es una idea descabellada, porque hará que esos 5 minutitos que quieres burlarle al tiempo, se descuenten del adelanto. Pero yo, después de vivir toda la infancia y la adolescencia adelantada en el tiempo, hoy prefiero seguir tratando de robarle segundos al tiempo real…

lunes, junio 07, 2010

¡Hasta cuándo sigues viviendo con tus taitas!


Es la pregunta, o reclamo que muchas mujeres quizás hemos hecho a algún novio, amante o demás. Al ver su cara de comodidad y almuerzo servido en la mesa, ropa planchada y cama tendida, nos ha entrado una especie de rabia. ¡Por qué no se larga de una buena vez! Pero, uf, este sí que es un tema que se vuelve un pulpo de posibilidades. La primera: ¿por qué quejarse únicamente de los hombres que aún viven con sus padres, si también hay mujeres que siguen viviendo con sus padres después de los treinta? Respuesta: los consabidos factores culturales que ya conocemos todos: hombre sostén de familia, mujercita protegida hasta que el marido se la lleve… El problema es que estos paradigmas ya no tienen nada que ver con nuestra realidad actual: el hombre cada vez sostiene menos y la mujer es económicamente independiente. La mujer ya no es la indefensa desprotegida, ahora es una mujer que sabe valerse por sí misma. Punto y respiro.

Entonces, ¿por qué ese esquema sigue arraigado en nuestras mentes? Porque las creencias y costumbres son tan fuertes como concepto, que desterrarlas del mundo ideológico es aún más difícil que desterrarlas del mundo práctico. Sí, en la práctica la mujer ya no depende económicamente del hombre, pero en la mentalidad de muchos, aún es como si lo fuera. Y con esto cierro la primera posibilidad.

La segunda viene por otros factores culturales –sí, qué redundancia- que ya no son tan macro como los anteriores, más bien obedecen a realidades locales. Uno: la relación “atado de guineos” que tenemos con la familia. Nuestras costumbres de país están muy cercanamente relacionadas con el fenómeno “fanesca”. Sí, ese plato auténticamente ecuatoriano en el que se pone un poco de todo, y se mezcla y se come junto. Pues, en las relaciones familiares solemos ser un poco así: juntos y revueltos hasta que la muerte nos separe. En nuestro país hay condominios enteros llenos de todos los descendientes de una misma rama familiar viviendo juntos. Se odian, se aman, se odian, se aman. Y las madres generalmente son felices si todos “los suyos” –nunca mejor utilizada esta palabra” están cerca. De paso, otro “factor cultural”: las madres pulpo, ojo y no esto no exclusivo de nuestro país. En Italia, el 70% de los italianos entre 18 y 39 años viven en casa de sus padres. La Mamma puede más.

Por si esto fuera poco, entra en la cancha otra cuestión. El poder adquisitivo. En promedio, en nuestro país es bastante bajo, ya lo sabemos. Y eso hace que prefiramos quedarnos en la casa de nuestros padres, antes de gastar la plata que no tenemos. Sin embargo, muchos –sobre todo actualmente que se han roto las convenciones- aplican soluciones que se ven en países del primer mundo: compartir departamentos. Pero, ¿no estamos volviendo a lo mismo? Es decir, a lo mismo pero distinto. La vida en comunidad que es finalmente la cuestión. El hecho, entonces, no es vivir solo, sino ser autónomo con respecto a la familia. En algunos países Europeos son las madres las que alientan o "echan" a los hijos mayores de 18 años a vivir su vida independientemente. Pero esto no es Europa y hasta que nuestras mamacitas cambien de mentalidad pasarán años. Hasta mientras, así estamos bien ¿no?


La fotillo que vemos en este artículo es de la película francesa Tanguy, en la que extrañamente un joven de 28 tempranos años vive aún con sus padres, lo cual es pésimamente visto hasta por sus propios progenitores. Ellos no ven la hora de echarle de la casa y hacen todo lo posible para que se vaya. Hasta terminan alquilándole un departamento propio. Observación uno: el muchacho en cuestión parece un maduro hombre de cuarenta (ahh...los aspectudos europeos). Observación dos: ¿28 años? Eso es como que aquí echen a alguien de 18. Ahh las diferencias culturales. Pero, me pregunto ¿será que esa tremprana madurez física de los europeos hace que los padres vean a sus hijos más viejos de lo que son?


Era una pregunta abierta...

viernes, junio 04, 2010

Amor loco, tibia estabilidad y el fin de las chullas


¿Uno y largo? O ¿Varios y cortos? No se adelanten, que no me refiero a lo que están pensando… Hablo del amor o del romance, o mejor dicho, de la pasión. El otro día hablaba con unos amigos. Uno de ellos al hablar de un tema que ahora no viene al caso, utilizó el término “chullas”. Yo paré a raya y le dije, algo indignada: “pensé que ese término ya había desaparecido del léxico quiteño”. Y es que esa palabrita despectiva hasta los años ochentas servía para calificar a aquellas chicas que disfrutaban de su sexualidad, por así decirlo, “libremente”. Esta calificación siempre fue injusta y peyorativa, pues en hasta cierta época cualquier chica que tuviera relaciones –por más que fuera con un solo hombre- antes del matrimonio, era una “chulla”. Al dejar que mi amigo explicara qué es lo que él conocía como chulla, me enteré que hoy en día se utiliza ese término como sinónimo de prostituta.


Luego de la conversación me quedé con una sensación agridulce. Por un lado, como dijo una de mis amigas que me acompañaba ese rato: “hoy en día todas somos chullas”. Sí, en la acepción más antigua de esa palabra, actualmente todas las chicas que hemos pasado por más de una mano, seríamos en los años 50 unas chullas. Y es que todo ha cambiado. Lo que antes era el amor hoy es sólo el anhelo dormido de alguna abuelita. Las mujeres hemos cambiado las relaciones únicas y largas, por las pequeñas y cortas. No generalizo, ojo, pero son muy pocas las mujeres en la actualidad que se casarán con el único príncipe de sus sueños, Hoy en día, príncipes de nuestros sueños hay en cada esquina.


Por otro lado, la otra cara de la moneda de mi sensación de ese día, fue alegría: hoy los hombres han desaparecido el concepto original de “chulla” porque simplemente ya no se aplica a esta realidad, en la que a las mujeres cada vez menos se les exige virginidad. Bien por ellos, eso de alguna forma significa un cambio de mentalidad. Pero no del todo, porque la mujer “pica y pasa” tampoco le gusta del todo al ecuatoriano.


Ok, después de toda esta perorata, quiero ir al grano. Si la convención social del amor único y eterno poco a poco se ha ido desmoronando, ¿será que estamos contentas con lo logrado? La posibilidad de tener varios romances cortos y apasionados nos seduce, y sentir cosas extremas nos da vida, pero para muchas mujeres, el sabor de la pérdida o del fin de una relación, aún sigue siendo insoportable. Sospecho que dentro de toda nuestra facha de mujeres liberadas –hablo de las generaciones actuales- se abre paso un hilito (a veces soga) de añoranza del pasado. Dentro de cada una de nosotras habita una mujer con deseos de ir de la mano de un mismo hombre durante toda la vida. Un amor apasionado, fuerte y único. Pero las cosas generalmente vienen por partes y es por eso que casi siempre se puede escoger o lo uno, o lo otro: largo y algo aburrido, o corto e intenso. Ustedes deciden.

martes, junio 01, 2010

Placeres culposos



Comerse una hamburguesa grasosa y pensar en las arterias convertidas en Porky… desear a la mujer del prójimo y luego irse a confesar con el cura del barrio… decir que el cine comercial es una mierda y atragantarse de canguil viendo una comedia romántica, tratando de pasar de incógnito en el cine. Reírse cuando alguien se cae aparatosamente en un día de lluvia, comerse las uñas, sacarse los mocos, robarse los esferográficos del prójimo, comerse la comida de la lonchera del compañero, sacarse los callos de los pies… y hasta poner los cuernos. Sí señores, son los temidos y deseados placeres culposos, esos que se hacen a escondidas, sin que nadie nos vea y por los que alguna vez nos hemos sonrojado al ser descubiertos.


¿Será falta de espontaneidad? Para muchos es un problema cultural que se resume en que hemos sido criados para sentir culpa de lo que nos da placer, sí, la eterna paradoja alimentada por la moral judeo-cristiana. El cuerpo y lo que este pueda sentir es lo que nos lleva a las fauces del pecado. Pero por ahí dicen que sarna con gusto no pica, y es por eso –aunque suene burdo- que el placer siempre nos puede más. Porque no crean que el placer culposo se arrastra en un mundo oscuro de perversiones, el placer culposo es tan simple como comerse un chocolate o sacarse los barros de la nariz. Simplemente sentimos un extraño y algo hipócrita pudor que nos hace negar eso que nos da placer, por más de que se trate de una tontería.


Creo que la razón profunda de desconocer nuestros gustos y placeres viene dada por nuestra misma condición de personas. Persona=máscara, en latín. Escondemos lo que somos porque somos una construcción social, determinada por ciertos parámetros de comportamiento. Pero precisamente esos parámetros se rompen cuando estamos fuera del contacto gregario y nos hallamos en la intimidad de la soledad. Ahí es cuando germinan tranquilos los placeres culposos… hasta que viene alguien y nos saca de la burbuja…

Pues sí, uno de mis peores placeres culposos es justamente esa grasosa hamburguesa que ustedes pueden apreciar en la gráfica. La comida chatarra me persigue y la adoro con todas mis fuerzas, a la vez que la odio por hacerme caer en su grasosa seducción. Una de mis felicidades tontas de hoy fue que el comedor institucional de mi amado trabajo había de almuerzo ¡Papas fritas! Alegría total señores.