Ídolo

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Morrissey

lunes, marzo 07, 2011

Anotaciones sobre exhibicionismos


Hace un año y medio conseguí un nuevo departamento para vivir. No es la gran cosa, más bien es cualquier cosa, pero entra dentro del presupuesto y tengo una terraza para que mi perro no pase encerrado. Cuando lo tomé, casi ni me fijé en detalles. Vi que tenía lo necesario –estaba amoblado- y cerré el trato. Sí, es el de la terrible ducha eléctrica. En fin, regresando a la poca atención que le puse a los detalles, ese día no reparé en que la ventana de la ducha, mejor dicho, el gran ventanal, era de vidrio catedral, aquel tipo de diseño que supuestamente sólo permite pasar la luz y difumina las siluetas. Gran mentira.


La ventana en cuestión esta tan pegada al cuerpo mientras uno se baña, que cada día me entraba la duda de si los vecinos – y los de la calle- estarían viendo algo. Pero mejor opté por relajarme y bañarme como si nada; me sentía en mi casa, protegida por el anonimato de las cuatro paredes. ¿Qué me importaba una dudosa ventana de vidrio catedral? ¿Quién podía sacarme de mi privacidad? Así pasaron los meses y los baños. Cada mañana, recuerdo, el vecino de la casa de al lado –y su mujer- me miraban con una cara que yo no sabía interpretar. ¿Me odian? ¿Por qué me odian? ¿Qué les he hecho yo?, me preguntaba constantemente. Ya me había olvidado del vidrio para ese entonces, aunque por momentos me entraban unos chispazos de “¿acaso me odiarán por tener que verme desnuda todas las mañanas?”, pero inmediatamente lo olvidaba y regresaba a mi inviolable idea de privacidad.


Sin embargo, un día veraniego, mientras me disponía a tomar una ducha, mi novio me rompe la burbuja: “Rocío, yo creo que ese vidrio deja ver todo”. ¿Tú crees? Por qué no sales a la calle mientras yo me baño y miras...“Ok”. Procedí entonces a bañarme como de costumbre, con los movimientos de costumbre: ya saben, los necesarios para no olvidar rincón alguno sin jabonar… Luego de unos minutos, escucho un correteo agitado y la voz de mi novio: “¡Rocío, eso es un escándalo público!”. El hombre, entre preocupado y resignado, me explicaba que se veía todo. TODO. Hasta el detalle más mínimo de mi silueta, la cual, resulta que no estaba para nada difuminada y que más bien, se podía apreciar hasta los lunares que tenía. Yo, algo preocupada pero con cierto quemimportismo –ya lo hecho, hecho está-, le pregunté: ¿pero se ve muy mal? A lo que él me respondió: “Pues se te ve (piiiiiiii) y el (piiiiii), y estaría terrible si te diera vergüenza, pero si te gusta, está todo bien… yo creo que tú más bien eres un poco exhibicionista… “. Punto. ¿Qué yo era una exhibicionista? Pues sí, tenía razón y quizás en algún punto llegué a serlo, pero ciertamente no en esa ocasión, pues lo fui inconscientemente. Preferí no pensarlo, no profundizar en la idea de que alguien podía estar viéndome. Y entonces, luego de seis meses de “escándalo público”, ese mismo día decidí comprar un papel contact y clausurar el vidrio, porque me dije: “ya he dado suficiente show”.

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