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Morrissey

viernes, marzo 18, 2011

La reivindicación del yo


La gente se suicida. Y mucho más cerca de lo que uno pensaría. Ayer una muchacha de 16 años se lanzó de un quinto piso, a pocas cuadras de aquí, en la calle Bosmediano. Era un edificio al que yo siempre veía cuando bajaba camino a mi casa. Un edificio de clase media-alta, en el que al parecer, nunca pasaba nada, todo era perfecto, y la única señal de vida disconforme era una empleada doméstica paseando un schnauzer. De hecho, Bellavista de día es un barrio de empleadas y jardineros, de paseadores de perros y de mensajeros. El colmo de la vida acomodada es acomodarse por pedazos, desterrarse diariamente, desolar paisajes, crear fortines… en pocas palabras, desligarse completamente de los espacios y deshumanizarlos. Uno de los síntomas es el fenómeno de condominio de apartamentos, en el que nadie se conoce y nadie se saluda.


¿Qué es lo único que en todos estos meses -o años- ha juntado aunque sea por unos minutos a la gente que habita en la calle Bellavista? Un suicidio. Aunque no todos los vecinos estuvieron presentes, ayer ese era el único tema del que se hablaba. De uno y otro lado, gente recibía mensajes que contaban el suceso. Hoy, las imágenes terribles de la muchacha yaciendo en el suelo con su madre que gritaba desgarradamente, me helaron la sangre… Alguien preguntaba ¿cómo una chica de esa edad puede suicidarse? Y es que claro, para los adultos, los niños y los adolescentes no pueden, o no deben, ser nada más que felices. Quizás algunos nos hemos olvidado de esos tiempos… o tal vez otros tuvieron la suerte de no percibir la vulnerabilidad de la adolescencia. Otra reflexión que me llamó la atención fue: “pero si era de clase alta”. Pues está demás decir, como ya lo dijo la tv en los ochentas: “los ricos también lloran”. Y es que el suicidio va más allá del dinero. Que si tienes plata, nunca te vas a matar, sería hermoso, pero realmente hay motivos más profundos para esa decisión. Normalmente la gente cree que un suicida es un tipo devastado, pero hay suicidas y suicidas.


Hace pocos días, una amiga nos reenvió una carta in memoriam de Andrés Castro, más conocido como el mago Magnalucius, quien según su puño y letra, no se suicidó por depresión, ni derrota, sino por todo lo contrario. Lo hizo por ser artífice del acto más poderoso que un ser humano podría realizar: el darse muerte. Magnalucius fue la lección de voluntad más grande que he conocido por estos tiempos y cercanías. Decidió cuándo y cómo morir, con toda la conciencia del acto. Y aunque muchos digan que este es un caso aislado y que la mayoría de suicidas lo hacen por no poder soportar el dolor –cualquiera que fuera su origen- la verdad creo que finalmente todos utilizan esta dictadura de la voluntad, engañan a la naturaleza y a los dioses, y se convierten en hacedores de su destino. Todos los suicidas deciden cómo y cuando morir, y eso los convierte en todopoderosos. Quizás es el último o único acto heroico de sus vidas. Y eso es una especie de re-dignificación de su existencia. Si la impotencia de no resolver el resto de situaciones de su vida reduce la consistencia de una persona, con el suicidio, el perdido poder de la acción individual se revaloriza, se materializa. El suicidio es un acto de reivindicación del yo.


El suicida es vanguardista, es un rompedor. No importa si es uno o cientos. No importa si el acto se repite cada semana. El suicidio es una escisión de la realidad constante, por eso nos conmueve tanto... de ahí los gritos y los por ques...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero tambien reinvindica su yo..aquel que pese al dolor, del cansancio, de la locura colectiva y de la decepción de uno mismo ..decide quedarse un dia mas, por amor ... quizas esto del yo solo lo sabe uno mismo.

Alfonso dijo...

quizá ha de leer a camus