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Morrissey

sábado, septiembre 24, 2011

Esa extraña fascinación por los travestis


Mi querida Malva Malabar (foto robada de su FB)

martes, septiembre 20, 2011

En el nombre de la hija: suma más de lo que resta


Eso es lo primero que se me ocurre al pensar en la nueva película de Tania Hermida. Creo que el balance final de En el nombre de la hija es positivo y dice mucho de una cinematografía que se ha ido construyendo a pedazos. El cine (ecuatoriano, de autores ecuatorianos) está tomando nuevos aires, está tanteando nuevos terrenos; en pocas palabras, está evolucionando. Hoy Tania apuesta por un cine –no infantil- en el que la trama recae sobre un grupo de niños. Esto de por sí ya es un giro novedoso en el cine nacional. Hay una respetable voluntad de encontrar nuevas historias, nuevas voces y perspectivas.


Mi primer aplauso para Tania: la dirección de actores. Justamente ayer la escuchaba en un especial transmitido en Ecuador Tv sobre el filme, y sí, coincido con su opinión. Dirigir niños –que tampoco son actores profesionales- es una labor complicada, de la que por cierto salió airosa… y un poco más que eso. Salvo ciertos tropiezos, logró construir protagonistas y antagonistas infantiles, roles de soporte y de fuga, que tejen un relato sólido. Ahora, ciertos espacios y momentos disfuncionales entorpecen el ritmo y por tanto la narrativa del filme, pero ese es otro tema. El reto de trabajar con niños fue altamente superado. Hay grandes momentos que desbordan encanto y simpatía. Se ganan a la audiencia en varias escenas. Un gran acierto fue también el de escoger a dos hermanos en la vida real, Eva y Markus Mecham, Manuela y Camilo, respectivamente. Ambos encajan a la perfección en su papel de hermanos, por supuesto.


Desde lo formal, En el nombre de la hija es una película casi impecable. Destaca la dirección de arte, que a mi juicio es uno de los fuertes del filme, así como el diseño de sonido y la fotografía. Más allá de las imprecisiones –sobre todo temporales- hay un concienzudo trabajo estético que no desdice de la trama. Sin llegar al preciosismo, hay cierta majestuosidad en la composición visual que recuerda ese vértigo infantil frente a un mundo grandilocuente, un mundo de gigantes y grandes construcciones: el mundo de los adultos. La representación del mundo infantil es bastante fiel, aunque deja traslucir una dialéctica adulta, sobre todo –y obviamente- en el personaje de Manuela que por momentos resulta demasiado evangelizador…


Reconstruir el universo infantil no es tarea fácil. Hay una enorme distancia entre el sentido que le damos a las cosas cuando adultos y el no-sentido en el que construimos el mundo cuando niños. Esa especie de para-lógica que nos habita cuando somos niños, que a mi modo, es casi imposible revivirla desde la adultez. No obstante, son pinceladas las que vemos aquí. Y está bien, porque el filme no trata de eso aunque lo parezca a primera vista. Este no es un relato sobre la infancia en sus esenciales, como lo es por ejemplo Io non ho paura (2003) de Gabriele Salvatores. A mi juicio, es un relato sobre los contrasentidos sociales ubicados en un conflicto infantil. Tal vez me equivoque pero veo un vicariato de Manuela con Tania Hermida, lo cual endura al personaje y lo convierte en un adulto encerrado en el cuerpo de una niña.


Ahora, si bien lo único que se le puede reprochar formalmente al filme es un cierto empantanamiento que impide por momentos que el ritmo fluya, hay dos cosas que cabe tomar en cuenta: La primera, el -todavía vigente en el cine- discurso polarizado de las ideologías políticas. Quizás tenga que ver con aquello que no se dijo en el tiempo en el que se tuvo que decir, o quizás, para muchos, todavía es el tiempo. Lo cierto es que, como mal generacional, hay un agotamiento del uso y abuso del fantasma de la izquierda que todavía ronda dentro de las artes y la creación… Esto, por supuesto, es sujeto a ser cuestionado, pues, si nos ponemos a ver, casi no existen filmes en Latinoamérica que recreen la época sin que se toque aunque sea de refilón el conflicto socio-político que se estaba gestando.


Por último, leyendo una reseña de la película en la página web oficial, caigo en cuenta que el conflicto central no es la lucha de clases, ni la ruptura generacional, ni el país de la infancia, ni el naciente feminismo. No, de hecho, el meollo no ha tenido nada que ver con quehaceres sociológicos. Más bien ha sido un conflicto subjetivo, cuasi filosófico: el lenguaje y el universo de las palabras como generadoras de sentido. El conflicto del ser y el parecer, materializado a través del nombre. El saberse desde el nombrarse. De ahí el nombre del filme. Y me parece excelente la premisa, pero el problema es que para detectarlo, creo que haría falta una segunda mirada, pues a simple vista las pequeñas sugerencias no son suficientes. Es verdad que el clímax de la historia tiene que ver con el cambio del nombre de Manuela –y es el único momento en el que la niña se quiebra- y que las escenas más pintorescas e introspectivas tienen que ver con el mundo de las palabras. Pero, aún así, no es suficiente. Haría falta algo más constante y significativo que empuje ese sentido.


Sin embargo, creo que al producto final no le hace falta. En el nombre de la hija, finalmente, suma más de lo que resta…